Por Vicente Marí
En este mes de diciembre, una vez que hemos dejado atrás el monográfico sobre el Fracaso Escolar que desplegamos durante el mes pasado, tal como avanzamos en el último artículo, este mes hablaremos sobre temas aparentemente no directamente relacionados con el Fracaso Escolar, pero que tienen mucha importancia para evitar que éste se configure. Recordemos que, si hablamos de Fracaso Escolar, la prevención es la clave.
En uno de los artículos del pasado mes hablamos de lo importante que era la comunicación entre padres e hijos para reforzar su autoestima y establecer unas relaciones fluídas. Los hijos, normalmente cuando llegan a los nueve, diez, once u doce años ya son muy independientes, y por lo tanto, se vuelven muy herméticos sobre su mundo y las cosas que les ocurren. La comunicación entre padres e hijos se tiene que ír rodando, se tiene que ejercitar desde el primer momento. Si a un bebé le hablas normalmente, como si habláramos a un colega, éste aprenderá a hablar y vocalizar en mucho menos tiempo.
Los padres tenemos la obligación de instruír a los hijos y para ello, es necesario crear hábitos de vida y comportamiento saludable, entre los cuales debe estar, la comunicación entre padres e hijos. Esta comunicación debe darse desde el primer momento y ya avanzo de que ésta no será fácil. A partir de los tres o cuatro años, cuando los hijos ya hablan con soltura y dicen lo que quieren decir, es muy importante que esta comunicación entre los miembros de la familia se dé con frecuencia e incluso resultará fácil. Los niños, a esta edad, son tremendamente imaginativos y habladores, lo que podemos aprovechar para crear un hábito que estimule la conversación, como por ejemplo, a la hora fijada se come y no se pone la televisión, o bien, un día a la semana se hacen actividades que les gusten a los niños y les permita abrirse y compartir, no sólo con los padres y hermanos, sino también con otros niños. Una excursión familiar –o hacer algo que a ellos les guste- en la que los hijos han elegido la ruta es una buena alternativa. Es vital para ellos relacionarse con otros niños y niñas de edades, lo que también beneficiará nuestra comunicación con ellos, ya que abrirá más canales y temas de conversación.
Lo más importante para comunicarse con efectividad con los demás –y también con nuestro hijo- es escuchar. La comunicación se compone en una gran parte en escuchar a los demás. Esto que parece tan sencillo, es donde más fallamos. Una persona que está más pendiente de hablar que de escuchar no puede ser un buen comunicador. Para hablar es necesario escuchar. Hay una cita que dice: “Procura primero comprender y después ser comprendido”.
A veces ocurre que, los padres deseamos comunicarnos con los hijos y estos se cierran. En cambio, con otras personas conversan, intercambian opiniones con total naturalidad, lo que sin duda, frustra la comunicación. Cuando eso ocurre, hay que hacer un examen de la situación. ¿Por qué no quiere comunicarse conmigo? ¿es el tema? ¿no es el momento? ¿somos nosotros?
Hablando con jóvenes de entre 12 y 18 años, lo que más comentan ellos es que sus padres no les comprenden. La mayoría asegura que no se sienten apoyados ni respetados. “Mi madre está todo el día dándome órdenes. Llego a casa y en cuanto dejo de comer ya empieza vete a hacer los deberes, cuando termines, vete a buscar a tu hermano, haz esto, haz lo otro… Y luego quiere que le cuente mis cosas…” Cuando le pregunto que le sugiere su actitud, su respuesta es clara: desinterés, pasotismo. Si hablaramos con la madre, seguramente nos diría que esto obedece a otros motivos: mucho trabajo y poco tiempo.
Como hijo, he de decir que me comunicaba mucho mejor y más fluidamente con cualquiera que con mis padres. Incluso con un despótico jefe que tuve me llevaba mejor que con mis padres. Esto sugiere una pregunta cuya respuesta interesará a muchos padres. ¿Cómo es esto posible? Hay padres que, tal vez sin saberlo, impiden u obstaculizan la comunicación porque mantienen conversaciones “cerradas” que no dan lugar a la expresión de sentimientos, e infravaloran las emociones de sus hijos. Sencillamente, no saben comunicarse con los hijos. ¿Por qué? Para resolver esta pregunta, analicemos a la gran mayoría de padres que tenemos en nuestra geografía, a ver si es usted uno de ellos:
– Autoritarios: Tienen un perfíl rígido y no suelen expresar sus sentimientos ni emociones. Controlan las situaciones a través de su fuerte carácter, en casos extremos usando gritos y amenazas. Son de los que ordenan y obligan sin tener en cuenta la opinión de los hijos. Su frase favorita es “porque lo digo yo”. Su actitud no inspira confianza para abrirse y conversar. Los hijos prefieren abrirse a cualquier otro e incluso no hablar antes que hablar abiertamente con él.
– Menospreciativos: Restan importancia a las cosas hasta hacerlas triviales. Con mucha frecuencia quitan relevancia a temas que, para los chicos, son importantes. Su actitud, exenta o no de cierto egoísmo viene a sugerir que lo que los hijos le cuentan “no es tan importante”. Su respuesta favorita es “bah, no será para tanto lo que dices”. Aunque su intención es tranquilizar, el mensaje que llega al hijo es completamente distinto. Una persona que no da la importancia a un tema no motiva a hablar con ella.
– Superiores: Son esos padres que todo lo que hacen es para que los demás los consideren más listos. En el caso de los hijos, este rasgo de la personalidad se agudiza. Sus palabras y actos van encaminados a que los hijos crean –y supongan- que ellos rara vez se equivocan y que normalmente tienen la razón. A menudo infravaloran el esfuerzo y los resultados de los hijos. Su comentarios más usados son “no es tan difícil” y “ya te lo decía yo”.
– Monologuistas: Creen que su hijo es un auditorio y en vez de hablar con él y dejar que él hable, le sueltan una conferencia. Interrumpen las palabras de su hijo con tal de poder hablar otra vez. No estan interesados en escuchar, sino en hablar, en convencer –a veces por aburrimiento-, lo que resta participación a los hijos –que son los verdaderos protagonistas-, quienes al final de un tiempo, no desean conversar con ellos.
– Negativos: Son los que se quedan con lo negativo de todo. Si les cuentas diez cosas positivas y una negativa, inciden repetidamente en el aspecto negativo y olvidan lo positivo. Los hijos no quieren hablar con ellos porque ya saben de antemano lo que van a decir. No pueden encontrar en ellos un ápice de apoyo porque su actitud invita al desánimo. Su actitud se ve claramente reflejada cuando se trae el boletín de notas. Les cuesta mucho aplaudir y apoyar a los hijos porque en el fondo, son muy protectores.
– Incomunicativos: Son esos padres de naturaleza pasiva que viven en su mundo y apenas inteactúan o se comunican con su hijo. Este crece sin normas ni valores y por lo tanto, se irá desvinculando del núcleo familiar, que para el hijo no tiene ningún valor. Son padres que, en la mesa, todos reunidos, hablan entre ellos y miran la tele, y sólo se dirígen a los hijos para corregirles cosas y de malos modos. Si les preguntas, incluso puede que no recuerden el cumpleaños de su hijo porque viven absortos en su mundo.
Si se ha visto reflejado en alguno de estos perfiles, es evidente que tiene muchas cosas sobre las que reflexionar. Ahora al menos ya sabe lo que debe evitar. Aunque eso no es lo único.
Hay una lísta de errores muy frecuentes que cometemos a veces de forma inconsciente y que destruyen la comunicación. Son estos que enumeramos a continuación.
– Someter al hijo a un interrogatorio. Demasiadas preguntas quitan las ganas de hablar y te acostumbras a que te lo saquen todo por medio de preguntas. Eso destruye toda comunicación, ya que esta debe ser por propia voluntad, es decir, que haya iniciativa. Para eso hay que motivar, comentar las propias cosas que le suceden a uno e invitarles a que comenten.
– Castigarle cuando nos cuenta algo digno de ello. Al contrario, debemos valorar este hecho. Si nos revela una situación en la que creemos que actuó mal, hablar sobre ello y hacerle ver las cosas de otro modo puede ser muy positivo. Para ello tiene que haber un intercambio de opiniones.
– Quedarse con lo negativo del tema. Muchos padres quedan absorbidos por los detalles negativos y son incapaces de tener en cuenta los positivos. Esto puede ser un mecanísmo automático del cerebro que convendría reeducar.
– El Pensamiento Polarizado: Como los interruptores que sólo tienen encendido y apagado, todo es bueno o malo. Blanco o negro. O eres perfecto o no sirves para nada.
– La Culpa: No debemos culpar a los otros de lo que nos sucede ni sentirnos culpables de la suerte de los demás. A veces no tenemos la culpa de que no estudien lo suficiente ni ellos son culpables de que nos sintamos impotentes.
– Porque Yo Lo Digo: No caigamos en el error de suponer que el niño cambiará de conducta si le presionamos lo suficiente. Puede sentirse atacado y cohibido pero es difícil que cambie, para vencer hay que convencer.
Para comunicarse correctamente con un hijo, sobre todo si este es mayor de diez años y si la comunicación no se ha dado fluídamente antes, es necesario tiempo. No me refiero a una semana o dos, o un mes o dos. Tiempo. El que necesite. Eso depende de cada individuo. Es muy importante que el hijo se sienta valorado y respetado. De esta forma se abrirá a nosotros con mayor facilidad.
CLAVES PARA COMUNICARSE
Es necesario estar dispuesto a escuchar activamente: captar los sentimientos del hijo, la profundidad de lo que le afecta y lo que siente. También hay que respetarle y aceptarle. Hay una serie de cosas que nos ayudaran a establecer una conexión con el hijo.
A) Mostrar verdadero interés en lo que nos cuenta. No podemos estar con la tele puesta o sin enterarnos, dejarle con la palabra en la boca y no acordarnos luego de pedirle que siga con lo que estaba contando. En ocasiones, como nos da igual su charla, caemos en el error de preguntar algo varias veces: “¡pero si te lo acabo de decir!”. Eso no anima a nadie a seguir conversando.
B) Ayudarle a resolver sus conflictos, pero no hacerlo por él. Podemos orientarle pero sin quitarle protagonísmo.
C) Si nos pide que no contemos algo, no lo hagamos. Es crucial para su confianza.
D) Expresar y compartir sentimientos. Es difícil hablar con alguien a quien parece que nunca le sucede nada. Si nos cuenta una discusión con una amiga, podemos comentar “Entiendo como te sientes. A mí una vez me pasó algo parecido y…”
No hay que presionar a los niños para que nos cuenten cosas. Si hemos creado un buen clima de comunicación familiar, si nosotros mismos somos comunicativos, bastará con tener paciencia y una actitud abierta y cariñosa. Así pronto a ellos les gustará tanto hablarnos como a nosotros escucharlos.
Para finalizar, echaremos mano de las estadísticas: Un estudio de la Universidad de Sevilla, realizado sobre chavales de 13 a 18 años, muestra que los adolescentes hablan mucho más con sus madres que con sus padres de todos los temas menos de política. Para este tema eligen al padre y, en general, son hijos varones. Las chicas son más comunicativas que los chicos y también hablan con el padre más que los hijos varones pero nunca sobre sexo o consumo de tabaco u alcohol. Ese tema está reservado a las madres. Según los especialistas, los patrones de comunicación de las familias españolas siguen respondiendo al modelo tradicional: madres confidentes y padres más inaccesibles, hijas abiertas a la confidencia e hijos varones extremadamente reservados.
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