Por Vicente Marí
Muchas veces, los hijos exigen a los padres detalles que, en ocasiones, estos no saben ver. Si preguntasemos a un hijo que és lo que más le gusta de los juegos, dirá casi con toda seguridad, jugar a algo con su padre o su madre, sobre todo si esto se ha producido antes. Si este rato de entretenimiento no se ha dado antes, lo más similar que encontrará será que jugar con los amigos. Y es que, sea el juego que sea, por muy divertido que sea, es mejor jugarlo en compañía.
Este artículo quiere tratar sobre el tiempo que comparten padres e hijos. Compartir en el amplio sentido de la palabra significa implicarse. Si preguntásemos a muchos padres dirían que ellos ya comparten mucho tiempo con sus hijos, pero es en el grado de implicación donde fallan la mayoría de ellos.
Este tiempo de calidad que compartimos con ellos es especialmente valioso, sobre todo cuando son más pequeños, ya que reciben el mensaje de que son importantes, y no que son un producto de una noche de pasión con el que hay que apechugar el resto de la vida. Es muy importante que reciban un mensaje claro de que los queremos y queremos que sean felices, aunque no les extenderemos un cheque en blanco por ello, sino que les vamos a exigir el cumplimiento de una serie de normas y responsabilidades acordes con su edad. Si este mensaje es bien recibido, muchas de las batallas que se vayan a producir en el futuro ya las tendremos parcialmente ganadas, aunque otras muchas es seguro que las perderemos.
El tiempo que estamos con nuestros hijos debe aprovecharse para establecer relaciones (comunicación, vínculos) de calidad. Estos lazos que estrechamos mientras compartimos el tiempo con nuestro hijo son muy importantes ahora, y lo serán más cuando lleguen a la adolescencia, donde tendremos que armarnos de paciencia para seguir manteniendo la calidad de esas relaciones y esa comunicación.
Echar una partida a ese juego de coches que le gusta tanto, o irlo a ver entrenar o a jugar a futbol o basket, o animarle cuando se sienta triste, o sencillamente, estar con él dando un paseo por una plaza o un parque, siempre que le prestemos atención y no le tratemos como a un mero mueble, le gustará.
Ese ratito que montamos un puzzle en casa, papá, mamá, el, y su hermanito/a le enviará un mensaje que se irá inculcando inconscientemente en su mente y que le acompañará siempre consigo. Una actitud de indiferencia o de frialdad hacen que ese mismo comportamiento se refleje más adelante en el hijo, ya que se volverá más reservado a medida que la indiferencia y frialdad de los padres se prolongue en el tiempo.
Hace años me contaron el caso de un rey que, en tiempos remotos, pidió que un par de niños fueran incomunicados, se les diera comida y bebida, pero que no se les hablara, por el sencillo motivo de que quería saber qué galimatías salía de su boca. Nunca llegó a saberlo porque los niños, uno tras otro y repetidas veces, morían. La explicación era bien sencilla: necesitaban un cariño que nadie les daba. Moraleja: Todos los niños necesitan cariño. Y lo que es más importante: de los dos progenitores, no de uno solo.
Muchos padres creen que ya comparten tiempo con sus hijos. En la comida, en la cena, en el desayuno… NO es de eso de lo que trata este artículo, sino de compartir tiempo de calidad, es decir, tiempo para disfrutar de nuestro hijo y que éste, disfrute con nosotros.
Gestionar ese tiempo que compartimos padres e hijos de forma “implicada” representa un problema. Para el hijo, este tiempo nunca será lo suficientemente extenso, y les toca a los padres ponerles límite. Esa “negociación” puede favorecer los intereses de los padres. “Si estudias lo que hemos convenido, iremos al cine, al parque o a donde tu quieras, pero si no, seremos nosotros los que elegiremos la diversión”. O bien: “Si estudias, iremos al parque o al cine o a donde tu quieras toda la mañana, pero si no, iremos una hora (o media hora)”. Para un niño, disfrutar de su diversión favorita durante un tiempo limitado se le antoja una tortura y muy probablemente, el momento de dejar la diversión será muy frustrante, por lo que habrá que buscar darle la vuelta al planteamiento y que lo entienda: “si haces lo convenido volveremos la próxima semana y nos quedaremos más rato; si no lo haces, será como hoy”. El niño entenderá que su recompensa bien merece un esfuerzo y se lo tomará con mas ganas. Si no tiene una recompensa, será difícil lograr su motivación.
El tiempo que compartimos con un hijo debe ser en una atmosfera agradable y no cargada por un enfado previo –tenga o no que ver con el niño-, en un ambiente distendido, ya que se trata de pasar un rato divertido y agradable, alejado de las preocupaciones diarias que pueda tener tanto el hijo como los padres. Para un hijo, ír al parque de la mano de sus padres y jugar con otros niños y que sus padres participen de la diversión es algo que difícilmente olvidará.
Este rato que compartimos con nuestro hijo le libera de conflictos que pueda tener con alguno de los padres –bien sea porque no digiere bien las tareas que debe hacer o por una disputa doméstica con su hermano/a- o bien porque ha habido un conflicto con alguien ajeno a la familia. Este tiempo que compartimos debe ser un regalo tanto para ellos como para nosotros, ya que le libera a él como a nosotros de sus batallas diarias.
No nos equivoquemos: Es necesario compartir con un hijo. Por eso, es necesario establecer una serie de líneas maestras (una especie de agenda) en la que debe quedar claro y especificado cuando se dan esos momentos de calidad y la duración de cada uno, teniendo en cuenta lo que pasará si no se cumplen los objetivos que hemos establecido con nuestro hijo, (por ejemplo estudiar una hora todas las tardes de lunes a viernes). No conviene dejar sin tiempo de calidad a un hijo una semana. Aunque sea menos, como mínimo media hora o una hora, este debe disfrutar de un tiempo compartido con los padres para poder retomar una relación que se había “enturbiado”. Todo se ve diferente después de un buen rato de diversión, sobre todo desde los ojos de un niño. La diversión es una llave con la que accedemos al interior de nuestros hijos y a través de ella, podemos conocer su estado, sus problemas, sus gustos, intereses… De esta manera, el tiempo de calidad que compartimos con un hijo también nos ayudará a hacerle entender que todo cuesta y que ser feliz en la vida cuesta trabajo.
Es importante también que haya variedad en las actividades que hacemos durante el tiempo de calidad. Si hacemos siempre lo mismo, por divertido sea, llegará un momento en que se volverá aburrido –a no ser que se trate de deporte, competir con otros niños o con sus padres-, por lo que se recomienda ír variando las actividades que se vayan a realizar. No conviene improvisar, sino tener claro lo que vamos a hacer y donde antes de salir de casa, ya que en caso contrario, parece una improvisación –y a buena fe que lo es-, y esto ya oscurece el tema. Es importante contar con la opinión del niño antes de hacer nada –a no ser que se trate de una sorpresa que sepamos que le va a gustar-, ya que de lo contrario, puede llegar a pensar que no se cuenta con su opinión –y por lo tanto, ese tiempo de calidad ya dejaría de serlo-. Lo ideal sería llegar a un acuerdo padres-hijo para ir a un determinado sitio, durante determinado tiempo. Esa relación de tu a tú entre padres e hijo es muy beneficiosa para la seguridad e integridad del niño en el entorno familiar y social, ya que le enriquece y le enseña a negociar y compartir con los demás y le predispone para trabajar y sacrificarse en el futuro, ya que comprobó que sus padres se han sacrificado por él.
En resumen, el tiempo para compartir debe ser utilizado para estrechar relaciones o desencallar conflictos entre padres e hijos en el que ambas partes deben participar activamente de forma amena y divertida sin otro objetivo que no sea la diversión. Cualquier parte que se incumpla de esa ecuación ya dejaría de ser un tiempo de calidad.
La próxima semana volveremos con más temas.
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