Por Vicent Marí
Al final de una recta larga y asfaltada se encuentra Santa Inés, en la parte norte de la isla, próximo a Sant Antoni. Es una pequeña población compuesta por un reducido grupo de casas, una iglesia y dos bares en los que se puede disfrutar de bonitas vistas, tranquilidad y unas hierbas exquisitamente dulces aparte de otros muchos placeres gastronómicos.
Al llegar a Santa Inés, la carretera se bifurca a izquierda y derecha. Si nos desviamos a la izquierda, el camino asfaltado se estrecha tanto que, si viene un coche de frente, uno de los dos tendrá que salir parcialmente del asfalto para que el otro vehículo pueda avanzar.
Al cabo de no más de dos minutos después de haber dejado atrás Santa Inés, encontraremos un sitio a la derecha en el que seguramente habrá otros vehículos aparcados por la proximidad de un bar restaurante desde el que se disfrutan magníficas vistas. Si conseguimos llegar ahí, estaremos en el inicio de una de las rutas más coloridas y fabulosas por las que podremos discurrir.
La excursión no dura más de dos horas o dos horas y media de ida y lo mismo de vuelta. Cerca del bar, hay una pequeña pendiente que baja, pero nosotros no llegaremos al final de la pendiente. De hecho, al poco de empezar, veremos un pequeño sendero hecho por caminantes en el lado izquierdo. Ese es el que vamos a seguir hoy. Hay otro que va por la izquierda, pero ese lo descubriremos otro día.
Siguiendo el sendero de la izquierda, pasaremos por debajo de los impresionantes acantilados y podremos disfrutar de esas vistas tanto como las del mar. Tendremos unas vistas preciosas de “ses Margalides”, los islotes próximos a la costa. A medida que vamos caminando, nos acercamos a la costa, ya que nuestro destino está próximo a otros acantilados.
Siguiendo esa ruta, pasaremos por caminos que discurren junto a cortados y pendientes, con lo que hay que estar atentos a aquellos que padezcan de vértigo, aunque a una persona que no padezca el camino no tiene ninguna dificultad.
La ruta cruza un bosque y se adentra en bonitos parajes donde hay casas derruídas por el tiempo que en otro tiempo estuvieron habitadas y que tenían cultivos próximos de los que hay todavía algún rastro.
Al cabo de unas dos horas, llegaremos hasta un claro en el que hay un estanque y otras construcciones como paredes de piedra y conductos para el agua. Ese claro tiene varios árboles que hacen sombras que vendrán muy bien para los que deseen disfrutar de un descanso fresco o bien de los que quieran tumbarse al sol, ya que hay espacio de sobra.
A escasos metros se puede disfrutar de las impresionantes vistas de unos acantilados sobre los que siempre hay un intenso oleaje y disfrutar del relajante sonido del mar luchando contra las rocas.
El sendero sigue, pero es mucho más duro y acaba en una playa de piedra. Aunque el baño sea gratificante, el camino de regreso, con cuestas muy pronunciadas, muy seguramente nos obligarán a arrepentirnos, por lo que, si queremos disfrutar de una buena excursión sin agobios y con buenas vistas, lo mejor es llegar hasta la explanada donde está el estanque. También es posible que haya tiendas de campaña o signos de que se ha hecho fuego recientemente, ya que es un lugar ideal para hacer acampadas a la luz de la luna.
A este sitio se le conoce como «s´hortet», aunque mucha gente lo llama erroneamente «es Corrals d´en Guillem», que esta justo al lado, aunque yo siempre he preferido el otro nombre por el que se conoce esta zona, “las puertas del cielo”, un nombre con un aura romántico, tal vez porque al llegar, la sensación es como estar en el cielo.
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