Por Erika Schumann
Es la escena típica que todo padre –y sobre todo madre- ha sufrido alguna vez en sus carnes. El niño que apunta el dedo hacia un objeto y pide que se lo compren. Los padres miramos sus ojitos tiernos, su carita angelical y su voz aterciopelada, y accedemos. No hay nada malo en ello… Excepto cuando este comportamiento se convierte en un hábito.
Suelo escuchar a muchos padres afirmar que suelen comprar prácticamente todo lo que quieren a sus hijos. Ese comportamiento adulto es un error, y ese error se irá enraizando si no se corta o al menos, se condiciona, se consensúa o se negocia. Aunque la intención es hacer felices a los hijos, nuestra conducta puede ser fácilmente malinterpretada por los hijos, haciéndoles creer que pueden tener todo lo que quieran, sin dificultad. Los adultos sabemos que esto no es así, y este es el mensaje que deberíamos hacerles llegar.
A los hijos no les supone ningún problema pedir. Para ellos nunca es suficiente. Cuanto más tienen, más quieren. Cuanto más consiguen, más desean. Esto, en principio, no tiene porqué suponer un problema. El problema surge cuando, de repente, de forma inesperada, reciben el mensaje de que algo que desean, no lo consiguen. Si antes no había barreras, si de repente se encuentran con una, es casi seguro que su reacción será más estrepitosa y ruidosa cuanto menos se haya expuesto a una respuesta negativa.
Suelo decir que a veces decir no es una lección educativa mucho más valiosa que muchas otras. El niño que nunca se ha visto privado de un objeto u actividad del que se ha encaprichado, reaccionará seguramente con llantos y rabietas. Es posible que haya violencia y rabia. La intensidad de esta reacción dependerá de cómo afrontemos nosotros como padres nuestro papel educador. Lo principal es no perder la calma pese a lo tentador que pueda ser. Nunca hay que ceder a ese chantaje. Lo peor de no saber tratar una rabieta es que el niño la repetirá porque sabe que así consigue sus fines. Lo que recomiendo es hablar pausadamente, tranquilamente y razonar con el niño. Los niños son listos y comprenden las cosas con facilidad. Hay que explicarle que tiene muchas cosas, y que no juega con todo lo que tiene, que hay otros niños que no tienen la suerte que tiene él y sobre todo, hay que enviar el mensaje que todo cuesta y que no se puede tener todo. Si lo explicamos con simplicidad y serenidad, lograremos controlar esa rabieta y evitaremos que ese comportamiento se convierta en un hábito.
En esta sociedad, en la que impera el consumismo, comprar todo –o casi todo- lo que se les encapricha a los hijos, a pesar de que se hace con todo el amor y cariño del mundo, se les induce a un concepto equivocado. Equivocado porque en su pequeño cerebro, creen que todo lo que se le antoja lo han de tener. No que lo puedan tener, sino que lo han de tener obligatoriamente. Cuando ese concepto se va afirmando por la práctica, y de repente, reciben una negativa, estos suelen reaccionar con cierta violencia.
Como educadores, considero mucho más importante que lo hay que enseñar son hábitos, hábitos sanos de conducta, de relación con los demás, honestidad y solidaridad. Eso son los valores que de pequeños, nuestros mayores nos inculcaron y que nosotros, dentro de nuestra responsabilidad, deberíamos inculcar en nuestros hijos. Valores firmes que le ayuden a desarrollarse como persona.
Pero lejos de eso, la práctica habitual es comprar pequeñas o grandes chucherías con las que compensar el rato que no pasamos con ellos. Esa “deuda sentimental” es la que nos empuja a hacer el regalo más grande en fiestas, navidad o cumpleaños. Y siento decirlo, eso no es un error en si mismo, pero es un error si es sólo eso lo que hacemos. Comprar no es la solución para llenar un vacío.
Mi consejo es que intentemos establecer una conexión regular con nuestro hijo, comunicarnos con ellos de forma intensa. Ya sea leyéndoles un cuento, haciendo una actividad, acompañándoles al partido de futbol o simplemente, pasando un tiempo con ellos, ellos notarán el cariño que une a padres e hijos. De hecho, es muy posible que después de esa experiencia, acepten de mejor grado una negativa cuando pidan algún capricho.
En realidad, los niños cambiarían muchos de sus juguetes y/o caprichos por pasar más tiempo obteniendo la atención de sus padres. Haga la prueba.
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