Por M. P.
Michio Kushi es un hombre menudo y expresivo. Tiene más de ochenta y cinco años y la mirada risueña. Nació en Japón, hijo de maestros, pero hace más de seis décadas que reside en Estados Unidos. Sin su labor, tal vez hoy en Occidente seguiríamos sin saber qué es la macrobiótica, la dieta de la que ha sido un gran impulsor.
La macrobiótica propone potenciar el bienestar físico, mental y espiritual del ser humano a través de una alimentación natural basada en el equilibrio del yin y el yang. El término procede del griego y podría traducirse por “gran vida”. Fue acuñado en los años cincuenta por George Ohsawa, pensador japonés de quien aprendería Kushi. Ohsawa había superado una tuberculosis tras poner en práctica una dieta basada en cereales integrales, ejercicio y una vida sencilla en contacto con la naturaleza.
Michio Kushi conoció a Aveline, su primera mujer, en los cursos de Ohsawa. Se trasladaron a Estados Unidos y sus ideas no tardaron en atraer al movimiento hippy en su búsqueda de alternativas al sistema establecido. Su casa de Boston se convirtió en la meca de seguidores de la alimentación natural y artistas del momento. La demanda de productos japoneses les llevó a abrir tiendas, varias academias, fundaciones y el Instituto Kushi, con filiales en varias ciudades europeas. Y entre los dos escribieron más de un centenar de libros sobre macrobiótica.
Aveline murió de cáncer en 2.001. Hoy Michio sigue escribiendo y asesora a varios centros de salud y spas. Acude a esta entrevista acompañado por Midori, su segunda mujer.
Nos encontramos en el SHA Wellness Clinic, hotel con clínica macrobiótica, de cuyo consejo asesor es miembro y en cuyas instalaciones se celebra un congreso internacional sobre macrobiótica que cuenta con su presencia. Situado en la bahía de Altea, en Alicante, este exclusivo hotel ofrece tratamientos personalizados basados en la macrobiótica y terapias naturales en un entorno tranquilo y minimalista al más puro estilo zen. Al llegar, Michio Kushi me saluda a la japonesa, juntando las palmas a la altura del pecho e inclinando la cabeza.
– ¿Podría explicar en pocas palabras qué es la macrobiótica?
-La macrobiótica es vivir de acuerdo con la naturaleza y sus cambios. El ser humano y la naturaleza son inseparables. Por eso, cuando la naturaleza cambia, también lo ha de hacer el ser humano. Y la naturaleza cambia constantemente. De ahí que la alimentación sea fundamental, porque la comida modifica la composición de nuestra sangre, pero también afecta a como somos y a cómo pensamos. Tenemos que preguntarnos qué deberíamos comer. Y podemos elegir, tenemos conciencia para elegir, pero para hacerlo bien necesitamos entender las leyes que rigen la naturaleza.
– ¿Y qué deberíamos comer?
– Las herramientas de la macrobiótica para saber qué conviene comer y qué no son el yin y el yang. Ni el yin ni el yang son perjudiciales en sí mismos, pero en la dieta se ha de buscar un equilibrio. Ahora bien, la macrobiótica no es un sistema rígido o cerrado. La elección de los alimentos depende del clima. No es lo mismo vivir junto al Mediterráneo que vivir en Nueva Inglaterra, donde vivo yo, o en Japón. La comida es diferente porque el clima y la tradición son diferentes. Se ha de adaptar cuidadosamente a cada sitio sabiendo que lo esencial, lo que podríamos llamar una dieta macrobiótica estándar, es comer alimentos equilibrados y adecuados a nuestras necesidades. Es decir: cereales integrales, que han de ser la base de la dieta; verduras y hortalizas de agricultura biológica; legumbres, semillas… Los alimentos han de ser procesados de forma tradicional –como los fermentados-, y tanto las grasas como las proteínas deberían proceder preferentemente de fuentes vegetales. Las de origen animal deberían reducirse al mínimo.
– Usted estudió ciencias políticas y derecho en Tokio. ¿Cómo llegó a la macrobiótica?
– Viví la Segunda Guerra Mundial siendo muy joven. Me reclutaron los dos últimos meses y el desastre de Hiroshima me impresionó tanto que decidí que tenía que dedicar mi vida a la paz. Al acabar la guerra me puse a estudiar derecho internacional y acudí a unas jornadas organizadas por la Unión Mundial de Federalistas de Estados Unidos. Ahí estaba George Ohsawa, que por entonces había creado una asociación en Tokio, y asistí a alguna de sus clases. Me sorprendió mucho. No entendía por qué, a diferencia de los demás, él no hablaba de política ni de gobiernos mundiales, sino de comida. Para él, la alimentación era esencial no sólo para prevenir la enfermedad sino para aquietar -calmar- la mente. El aún no hablaba de “macrobiótica”, pero ya decía que cambiando la dieta se podía construír una sociedad más pacífica.
– ¿Le convenció?
– Me fui a Nueva York aún con la idea de que había que crear un gobierno federal mundial, así que seguí trabajando en esa línea. Pero poco a poco fueron surgiendo las dudas. Empecé a preguntarme si eso resolvería problemas como los prejuicios, la discriminación, el odio o la rabia. Me reuní con federalistas como Albert Einstein, Norman Cousins… Todos convenían en que para que la paz fuera duradera había que mejorar la naturaleza humana, pero no sabían como hacerlo. Entonces decidí dejar los estudios y me dediqué a observar a la gente. Me pasé dos meses y medio observando, investigando…
– ¿Qué descubrió?
– Entendí lo que quería decir Ohsawa: son el entorno y lo que comemos lo que hace que seamos como somos. Y empecé a preguntarme: si la comida nos hace como somos, ¿qué comida deberíamos comer? Así fue como emprendí el viaje hacia la macrobiótica.
– Supongo que empezó probando la dieta macrobiótica usted mismo. ¿Experimentó algún cambio significativo?
– Me sentí mejor físicamente, sin duda, pero también mi memoria mejoró. No sólo recordaba más cosas sobra la infancia o adolescencia, sino que me volví más sensible e inclinado hacia el mundo natural. Percibía mejor los sonidos, el agua, el aire, También el mundo invisible, las vibraciones, lo sutil. Y a medida que mejoraba mi alimentación, que comía más cereales, menos proteínas, notaba que me volvía más sensible a la forma en que sentían y pensaban los demás.
– Usted ayudó a popularizar la macrobiótica en Estados Unidos en los sesenta. ¿Había sido ya popular en Japón?
– En Japón sólo era conocida por una minoría, pero en Estados Unidos no la conocía ni practicaba nadie. Empezamos promoviendo una alimentación natural y biológica, enseñando otras formas de cocinar. Introdujimos alimentos integrales, el tofu, el miso… contribuimos a popularizar el shiatsu, la acupuntura…
– ¿Hay algunas cuestiones en las que la macrobiótica pueda haberse anticipado a la ciencia moderna?
– Si. Primera: Los cereales integrales son la base de la alimentación humana. Segunda: las proteínas han de proceder más de vegetales que de animales: legumbres, tofu, tempe… Tercera: hay que consumir menos alimentos refinados y más alimentos naturales y sin procesar. Cuarta: hay que volver a los alimentos biológicos, no tratados químicamente. Quinta: el comercio permite comer cualquier alimento en cualquier parte del mundo; se exportan otras formas de comer, pero también enfermedades. Es importante respetar la propia tradición gastronómica y volver a una alimentación más local. El clima es diferente: las necesidades son diferentes.
– ¿Propone no comer alimentos de otros países?
– En zonas templadas la alimentación ha de ser diferente a la de climas extremos. Mientras que en climas muy fríos se pueden incorporar más alimento de procedencia animal y en climas muy calurosos conviene que la base seda vegetal, en las zonas templadas se puede aplicar más la dieta estándar. por eso si se comen alimentos de otros países conviene que sean de la misma franja climática. Al comer alimentos de temporada y que han crecido donde vivímos nos estamos adaptando al entorno y equilibrando… Eso no quiere decir que no se puedan adoptar preparaciones de otros países. Estados Unidos es el principal productor de soja del mundo ¡y hasta hace unos años no producía tofu ni otros derivados! Cultivaba una legumbre que es una excelente fuente de proteína vegetal y, sin embargo, basaba sus ingesta de proteínas en la carne. Y el ser humano necesita muy poca proteína animal.
– La macrobiótica aplica los conceptos de yin y yang a la naturaleza de los alimentos y las enfermedades. ¿Hasta que punto se inspira en la medicina tradicional?
– Aunque se inspira en la medicina china, la macrobiótica hace una interpretación ligeramente diferente del yin y el yang. En realidad, estos conceptos surgieron hace unos tres míl años en China, pero antes ya existían otros similares en todo Extremo Oriente. Para la medicina china, yin es quietud, inactividad, el polo negativo, mientras que el yang es movimiento, actividad, el polo positivo. Para la macrobiótica yin es ante todo, expansión, y yang, contracción. Son principios que se aplican a todo, desde la política a la química, y no sólo a la medicina y la salud.
– ¿Cómo se aplican a la salud?
– Sabiendo que yin es expansión y que yang es contracción, podemos potenciar o compensar esos procesos. La expansión se vuelve más yin si se toman alimentos yin como especias, zanahorias, azúcar…
– Se dice que la dieta macrobiótica atenúa los altibajos de ánimo y atención. ¿Tiene que ver con su apuesta por los hidratos de carbono complejos?
– Efectivamente, los cereales integrales, las legumbres y las verduras son absorbidas por el organismo de forma gradual, mientras que el azúcar y los refinados se queman rápidamente. Esta combustión afecta al estado de ánimo, que se mantiene más o menos estable en función del tipo de hidratos de carbono que ingerimos. Cuanto más lenta es la absorción de azúcares, como en los cereales integrales, más calmada se mantiene la mente.
– ¿Por este motivo se desaconseja el azúcar y la miel?
– Sí, sobre todo el azúcar blanco. El problema de la miel es que además, se convierte fácilmente en grasa en el organismo. Tomarla una o dos veces al mes sería suficiente… Son más recomendables productos con mayor poder endulzante, como las maltas de cereales: arroz, cebada, sirope de arce… Aún así, hay otras formas de satisfacer la apetencia por lo dulce: las castañas, la calabaza y otras hortalizas son dulces. Todo esto es importante, porque el consumo de azúcares simp0les está relacionado con la hipoglucemia (concentración de glucosa en la sangre anormalmente baja).
– ¿Por qué la macrobiótica no recomienda comer hortalizas solanáceas como el tomate, la berenjena o la patata?
– Porque contienen ciertos ácidos que debilitan la sangre. Hay algunas artritis, las que se acompañan de debilidad y cansancio, pueden deberse a un consumo excesivo de solanáceas. En las artritis que se caracterizan más por la rigidez, el problema suele venir de un consumo excesivo de pollo, huevos y marisco.
– ¿Y por qué desaconseja las frutas y los vegetales crudos?
– No los desaconseja. Existe una minoría de macrobióticos que hace una interpretación tal vez demasiado rígida, pero las frutas y verduras crudas son perfectamente aceptables. De todas formas, habrá personas a las que les convenga comer más y a otras a las que les convenga menos… en función del clima del lugar en el que vivan y de su propia salud.
– ¿La dieta mediterránea se podría considerar compatible con la dieta macrobiótica?
– Sí. De hecho, la dieta mediterránea se podría englobar dentro de la macrobiótica, aunque algunos aspectos podrían mejorar. Convendría que incluyera más alimentos ecológicos. El aceite de oliva, pese a ser bueno, se emplea en exceso. También debería reducirse el consumo de cereales refinados: aquí se come mucho pan blanco. Y, a veces, la cocina es demasiado especiada o picante. No tengo nada en contra las especias, pero cuando se abusa excita y favorecen la hiperactividad.
– Si alguien quisiera probar la macrobiótica, ¿Por dónde le recomendaría empezar?
– Mi mujer se introdujo en la macrobiótica hace 7 años…
Midori: Hay quien cree que hay que cambiarlo todo y empezar bien desde el principio, cambiando tanto la base –los cereales- como el acompañamiento. Es un error. Se trata de ír poco a poco, introduciendo pequeños cambios y acostumbrándose a ellos. Se puede empezar, por ejemplo, sustituyendo el pan blanco por integral, el arroz blanco por arroz integral. También se pueden incorporar algunas verduras ecológicas, y optar por condimentos de más calidad, como semillas o algunas algas…
– Aún atiende a pacientes como consultor macrobiótico. ¿Cuál es la finalidad de una consulta macrobiótica?
– Siento un gran respeto por los médicos y su labor, pero creo que la medicina moderna tiene una limitación: a los médicos, en la facultad, y salvo en casos muy concretos, no se les suele hablar de alimentación, de cómo comemos y cómo nos afecta el entorno en el que vivimos. No ahondan en la causa de la enfermedad. Si alguien enferma se ataca el síntoma: si hay un tumor, se extirpa o irradia pero no se tiene en cuenta que puede haber surgido como consecuencia de lo que se come. Eso es lo que intenta hacer un consultor macrobiótico: enseñar a la persona qué hábitos alimentarios pueden haberle llevado a enfermar para que pueda corregirlos. Puede que el tratamiento médico sea necesario en un momento dado y que sea efectivo, pero si no se corrige la causa de la enfermedad, volverá a aparecer en el mismo sitio o en otro.
– ¿Cómo personalizan la dieta de un paciente?
– Utilizamos muchas herramientas para diagnosticar, pero la que yo empleo más y en la que insisto más a mis alumnos es en la observación. Nos fijamos en la fisonomía y la constitución, el color y la textura de la piel, el iris, la postura, las manos, la retención de líquidos, la forma de los ojos, labios, orejas, el tono de voz… También tocando y presionando en ciertas partes del cuerpo, como los hombros o las piernas, y viendo si están tensas, se pueden averiguar cosas. Los puntos fuertes y débiles de cada persona, la influencia del entorno, lo que come y el tipo de vida que lleva se reflejan en el exterior.
– Para que los lectores puedan ver qué es una consulta en la práctica, ¿podría poner un ejemplo conmigo?
– Lo primero que veo es que tienes un problema de hipoglucemia, es decir, un bajo nivel de azúcar en la sangre. Por eso, a media tarde, te suele dar un bajón y te entran ganas de comer algo dulce. En cuanto comes te recuperas enseguida, porque te sube rápido el azúcar, pero al cabo de un rato vuelves a sentirte cansada. Cuando llega la noche estás cansada pero si no has comido te cuesta dormir. Probablemente se te queda el cuerpo frío. Por la mañana te levantas de nuevo muy cansada y con mucho sueño, hasta que te tomas el té o café y empiezas a funcionar. Esto sucede porque cuando notas que te apagas y tomas azúcar, este produce calorías rápidamente pero la descarga calórica termina pronto, lo que provoca altibajos en los niveles de azúcar en la sangre y, por lo tanto, en los niveles de energía. También creo que tus riñones han acumulado grasa. Y tienes miomas en la matriz.
– ¿Y qué me aconsejaría?
– Deberías comer más cereales y legumbres, y menos harinas y productos refinados, más verdura y pequeñas cantidades de fruta. Lo ideal sería que eliminaras, o por lo menos que redujeras al mínimo, el queso, la leche, la mantequilla y, en general, los productos de origen animal.
– Para acabar, dígame, ¿hay algo más importante en la vida que la comida?
– El medio ambiente… porque todo depende de qué se entienda por comida. Podemos verla como aquello que nos llevamos a la boca, algo físico y visible. Pero también existe una comida invisible, otras cosas que nos alimentan: la luz, el aire, el tacto, las vibraciones… En un sentido amplio, lo que nos rodea también es alimento. El ser humano necesita sentirse en comunión con el universo pero para acercarse a ese sentimiento necesita que el universo lo alimente. Ahí reside el objetivo último de la macrobiótica: que las personas a través del alimento puedan llegar a ser más espirituales.
Michio Kushi ha escrito más de cien libros. Puedes visitar su página: www.michiokushi.org
Extraído de la revista CuerpoMente, nº 208, octubre de 2009.
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