Por Vicente Valero
Fundado a finales del XIX como ´botiga´ y bar, Can Bernat Vinya forma parte, con sus amplios ventanales, de la estampa típica de Sant Josep. Es posible imaginar el pueblo de Sant Josep sin apenas casas todavía, es decir, cuando era uno más entre los pueblos solitarios de aquella isla no tan lejana en la memoria, pero no sin sus dos templos principales: la iglesia construida a mediados del siglo XVIII y el bar conocido como Can Bernat Vinya.
Ambos templos, el sagrado y el profano, frente a frente, más complementarios que opuestos, han protagonizado durante décadas las estampas principales –a pesar de su arquitectura tan dispar–, y el tránsito del uno al otro se ha producido siempre con naturalidad payesa y sin mala conciencia. Salir de uno para entrar en otro ha sido, y es aún para algunos, una costumbre bien arraigada.
Can Bernat Vinya no es solo el bar más antiguo de Sant Josep, sino también, probablemente, el más antiguo en activo de la isla, pues se trata de un establecimiento fundado a finales del XIX. De su fundador, Bernat Marí Vinya, se sabe que fue también quien construyó la actual carretera de Ibiza a Sant Josep. Tuvo una hija, que murió joven y dejó dos hijos, uno de los cuales, llamado como el abuelo, vive aún, y lo hace en una casa situada precisamente encima del bar, desde cuya terraza puede observar a diario la vida del pueblo, bulliciosa en verano, tranquila en invierno.
Bernat Guasch, que ahora tiene 84 años, y su hermano Joan, ya fallecido, se ocuparon del bar durante casi dos décadas, entre 1950 y 1970 aproximadamente, después de haber visto cómo se habían encargado antes del establecimiento, que también había sido botiga, sus abuelos, sus padres y algunos arrendatarios. Y lo reformaron hasta dejarlo como está en la actualidad.
Bernat es un hombre de risa amplia y muchos recuerdos, un hombre, por otra parte, de múltiples negocios turísticos de los que ya no se ocupa pero que han sido importantes en su vida y, seguramente, en la de muchos otros. Su amigo y vecino, el galerista brasileño Gastao Heberle, en su libro ´Los trabajos y los días´, lo describió de la siguiente manera cuando lo conoció, a finales de los años setenta: «Bernat sonríe con todo el cuerpo. Sacude los hombros, lanza los brazos al aire, da palmadas sobre la mesa o en la espalda de sus vecinos. El rostro se llena de arrugas, los ojos lagrimean. Los ecos de su carcajada podrían resonar con igual intensidad en Creta o en cualquiera de los pequeños bares del Mediterráneo en que el vino da color al rostro de las personas». Pero Bernat continúa riendo, amplia y fácilmente, y advierte, entre bromas, que no hay que hacer mucho caso a su amigo Gastao, «no es de fiar», dice. Con el galerista y con la mujer de este, la pintora Jussara, hace ya bastantes años que el empresario de Sant Josep se aventuró por las tierras de Brasil durante unos meses, en el que ha sido siempre uno de sus viajes más recordados y felices.
Bar antiguo y de pueblo
Can Bernat Vinya creció en los años cuarenta a costa del viejo cementerio del pueblo, que fue trasladado al nuevo. Así surgió esta amable y hospitalaria terraza de hoy, entre pinos y palmeras, habitualmente llena de clientes. Bernat recuerda bien aquel traslado y dice que «se sacó todo, lo dejaron completamente limpio y trajeron tierra nueva». Y así debió ser, pues hasta la fecha no se sabe de ninguna persona que haya padecido algún caso de poltergeist o alguna cosa parecida. Al menos en estado sobrio. Todo cuanto ha ocurrido y sigue ocurriendo aquí forma parte del mundo normal de los vivos: se bebe y se habla mucho y, como en todos los bares importantes de pueblo, se hacen buenos y malos negocios. ¡Cuántos tratos se habrán cerrado aquí con un simple apretón de manos! Durante mucho tiempo se celebraron también bodas y bautizos.
Desde su fundación, Can Bernat Vinya ha tenido hasta cinco arrendatarios. El último de ellos, Pep Rafal, empezó a trabajar aquí con los hermanos Bernat y Joan cuando no era más que un adolescente. «Pero dos años o tres después, ya me ofrecieron llevarlo yo. Entonces le pedí a un tío mío, Toni, que me acompañara en el negocio. Se ha jubilado hace poco tiempo. De todo esto hace ya 40 años», recuerda.
No menos amable y sonriente, Pep Rafal asegura estar muy contento de su trabajo y de servir a todo tipo de clientes, «desde el más rico al más pobre». Y afirma con modestia que Can Bernat Vinya en realidad no tiene nada especial: «Se trata simplemente de un bar antiguo, de pueblo, muy conocido y en el que nosotros hacemos lo que podemos para que funcione bien». Nada especial.
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