Por Miguel Angel González
Hace algún tiempo, en estos mismos papeles, dedicamos algunos artículos a las especies arbóreas más emblemáticas de Ibiza y Formentera y hablamos del algarrobo, la higuera, el almendro y el olivo, pero -posiblemente porque queríamos dedicarle más tiempo y reflexión- se nos quedó en el tintero el árbol que nos ha dado el nombre de Pitiüses, Pinosas o Islas de los Pinos. Ha llegado el momento, por tanto, de dedicarle unas rayas al pino ibicenco que, curiosamente, no es el pinus pinea o piñonero, de piñas grandes como puños y estatura sobresaliente, sino el pino menor, asilvestrado y humilde, que llamamos pi bord, pinus halepensis o de Alepo, que, no obstante, es resistente y colonizador como ningún otro árbol.
Por lo que sabemos, tanto Ibiza como Formentera han estado desde que tenemos memoria cubiertas de una prodigiosa masa forestal de coníferas que da ese tono siempre verde al paisaje insular, cubriendo por un igual montañas, valles, litorales y geografía interior. Hasta tal punto que convendría corregir el tópico rusiñoliano de la ´isla blanca´ (por el enjalbiego de las casas que puntean al tresbolillo los campos) y publicitar, más precisamente, los colores que realmente nos identifican: el verde y los azules. Y también convendría, de paso, subrayar las diferencias que, según parece, hubo siempre en la flora de una y otra isla que, por los vestigios que tenemos, dibujan muy distintos paisajes: mientras Ibiza habría estado mayoritariamente poblada de extensos pinares, en Formentera habrían dominado los bosques de sabinas que ocupaban la Mola, Barbaria y el istmo arenoso del llano que, en dirección SE-NO, une los dos promontorios.
De esta última realidad tenemos en tiempos recientes testimonios contrastados de masivas talas de sabinas que, de una sola tacada, alcanzaban las 4.000 unidades. Aun así, todavía tenemos sabinares frondosos que nos permiten imaginar como eran los antiguos paisajes, muy distintos a los de la pinosa Ibiza en la que hoy contabilizamos, según cálculos aproximados, 25 millones de pinos. Con todo, esta prodigiosa masa forestal ha tenido variaciones significativas en el tiempo y así vemos en fotografías de principios del siglo XX grandes calveros provocados por la explotación maderera que encontraba entonces usos dispares, construcción de casas y muebles, astilleros, carbón, leña y exportación, como se demuestra por las cargas de troncos, tablones y carrasca que se llevaban los veleros. El hecho es que, ahora, cuando muchas geografías sufren el descalabro que para el patrimonio forestal suponen los incendios, Ibiza es la excepción y registra, en parte por el abandono de los cultivos que coloniza el bosque, un notable incremento del arbolado que, en su avance imparable, llega, incluso, a romper el asfalto de las carreteras. La insularidad nos ha protegido en cierta manera de las plagas de procesionaria que tanto daño causa a las coníferas y, por otra parte, la humedad marina favorece la feracidad de nuestros campos y evita la sequedad que tienen en la Península las zonas interiores. Pero no todo son ventajas, porque esta prodigiosa arborescencia, por su propia desmesura, puede llegar a ser un problema en sí misma. Lo cierto es que nuestros bosques, si exceptuamos su función climática y purificadora del aire, son hoy elementos meramente paisajísticos de los que no se obtiene ningún rendimiento.
«Altre temps -me comenta un payés-, quan no hi havia electricitat, quin tenia petits conreus però era propietari de pinars, treia més rendiment dels boscos, d´una sola tallada de pins, que de les terres de cultiu. Però no només era això, perquè el bosc donava molts derivats: fusta per les drassanes i per fer embigats, portes i mobles, reïna i llenyam per cremar i fer carbó. I també s´aplegava escorça, no debades la carrasca eivissenca era molt apreciada com a tintorera i per adobar cuiros i pells, fins al punt que era una de les càrregues habituals dels velers que sortien cap a València, Tarragona i Barcelona. Dels pins s´aprofitava tot. El brancatge menut s´utilitzava en els forns de les cases i el pa cuit amb rama de pi verda feia el pa molt més saborós. Aquests ramatges s´empraven també a les gerreries, els fornals, les teuleres i els forns de calç. Als anys trenta del segle pasta, un feix de rama verda que podia fer 60 quilos es pagava a 25 cèntims, però si la rama era seca sortia per 40 o 45 cèntims. Els ramers o carreters, quan la duien als forns o a les teuleres en treien una pesseta per feix. Temps després, als anys cinquanta, per un feix de rama ja es pagaven 8 pessetes. Eren bons jornals! Tot aquest aprofitament tenia una altre benefici, perquè s´esporgaven els pins i es netejaven els boscos, per al qual cosa el perill d´incendis era mínim. Podeu dir que per esporgar un pi, les branques es tallaven de baix a dalt, sempre amb ´tall de flabiol´ perquè d´aquesta manera no s´esqueixaven: això tenia la finalitat que el pi, una vegada esporgat i passant els anys, a mesura que creixia, no feia grops. Però això és història. La llàstima és que, en desaparèixer aquell món, han desaparegut molts vells oficis, com ara tallar pins, que llavors es feia a cops de destral, a poder ser, en la lluna vella d´agost. Per anar bé, els pins havien de d´ésser teiosos, de molta resina, perquè així la fusta era més forta i tenia l´avantatge de no podrir-se. Els arbres podien arribar a tenir una llargària de 7 metres i un diàmetre de setanta centímetres. Cinc pins normals venien a pesar una tona i duien uns deu quintars de llenya de cremar. Però deixem-ho aquí. Els temps canvien i jo soc del parer que els nostres majors passaven moltes dificultats. Avui tothom té de tot i es pot viure d´allò més bé. El que no puc entendre és perquè, amb tot el que tenim, ningú està content. Ho sabeu, vos? Possiblement sempre ha estat així».
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