Por @Davidprats77 y @Vicent_mari
No será este el último artículo que dediquemos a las pirámides de Egipto. Hay muchos misterios que rodean no sólo su construcción, sino también su significado y simbolismo. Curiosamente, no es un tema al que a ninguno nos apasione. No obstante, hemos creído interesante iniciar este tema hablando sobre el orígen y significado de las pirámides, y en próximas entregas hablaremos de los enigmas que rodean su construcción así como lo que se cree que contienen en su interior. Pero eso será más adelante. Además, este artículo aborda a otras construcciones egipcias que explicarían mucho sobre esta cultura y su orígen.
Hasta hace unos años, ambos creíamos que las pirámides de Egipto eran simplemente colosales estructuras funerarias. Hoy en día estamos de acuerdo en que no son solo eso, sino parte de un plan mucho más complicado y sofisticado orquestado por los hombres antiguos para que las generaciones venideras no olvidaran algo… ¿el qué? ¿Que podría ser tan importante?
Si nos centrámos en la pirámide más grande de la llanura de Gizéh, se trata de la más antigua de las siete maravillas del mundo antiguo y la única que aún perdura, ¿qué podría requerir la construcción de una estructura tan enorme, que llegó a medir 147 metros de alto (hoy en día mide 9 metros menos por la supresión de la cúspide), se necesitaron alrededor de 2.300.000 bloque de piedra cuyo peso medio es de dos toneladas y media por bloque, aunque algunos llegan a pesar hasta sesenta toneladas durante no menos de 20 años? ¿Todo eso para reflejar el resplandor de una civilización o una dinastía? Nosotros tenemos otra teoría y para desarrollarla, hemos optado por un personaje cuyas investigaciones nos marcaron definitivamente. Hemos utilizado algunos pasajes de Bauval para ilustrar mejor nuestra visión de la relación de Egipto y las pirámides, ya que para comprender lo que les impulsó a tales proyectos hay que entender su mitología.
Hace míles de años, en los albores de la historia, toda una civilización se unió para construír los monumentos mas misteriosos de la tierra. ¿Por qué? ¿qué visión les impulsó a hacerlo? Robert Bauval, escritor e investigador británico nacido en Egipto cree que fue una visión más grande lo que impulsó su construcción y que no son simplemente tumbas de faraones como creen los egiptólogos. Bauval apunta a que “hay algo extraordinario sobre esta civilización: su regularidad. Nunca cambió. Su arte, su religión, sus templos, sus leyes, incluso su forma de vestir nunca cambió. ¿Por qué? Porque tenía que ser así”.
A finales del siglo XX, Bauval hizo un descubrimiento que despertó la curiosidad del mundo entero: las misteriosas cámaras del interior de las pirámides de Gizeh, que antiguamente se pensaba que tenían la función de ventilar, apuntaban directamente a las estrellas. Las del lado sur apuntan a la constelación de Orión y a la estrella Sirio. Para los antiguos egipcios, el dios Osiris y su hijo Horus. Las cámaras del lado norte apuntan a la Estrella Polar y a la Osa Mayor, y todo el complejo, es decir, las dos primeras pirámides y una pequeña que se encuentra a la izquierda, parecen ser el reflejo del cinturón de estrellas de Orión. Para los egipcios de aquel tiempo, Orión era el dios Osiris. El dios Osiris de Egipto se alzaba en el cielo tanto como en la tierra.
La pregunta es evidente: ¿Estaban hablando las pirámides de estrellas? Como ya vimos en un artículo anterior, la cultura maya estaba muy influenciada por el mundo celeste, y son muchas las coincidencias que apuntan a que los egipcios tuvieran la misma obsesión. La más evidente de estas pistas es que ambas culturas construyeron enormes estructuras piramidales. Incluso el investigador Zahi Hawass, considerado el egiptólo más eminente rechazó la teoría de Bauval. Sin embargo, la teoría de Bauval, lejos de desaparecer, ha encontrado algunos apoyos, como el astrónomo británico Archie Roy, quien ha descubierto una nueva rama de la ciencia: la arqueoastrología, que estudia como los antiguos pueblos interpretaban el firmamento y cómo expresaban su admiración a través de sus monumentos. A través de alta tecnología, se sirven de ordenadores para recrear los cielos del pasado con el propósito de descubrir lo que pudieron significar en la antigüedad.
Bauval cree que “hemos dejado de observar la naturaleza, hemos dejado de observar el cielo, el sol, las estrellas… La gente apenas ve amanecer en las ciudades, ya no hay inundaciones en Egipto, son controladas por presas, ya no observamos la naturaleza que nos rodea. Pero los antiguos egipcios eran maestros de la observación. Por la noche veían las estrellas, veían la Vía Lactea en todo su esplendor. Veían las estrellas morir en el oeste, al atardecer. Es algo que se puede observar a simple vista. Por lo tanto, ellos creían que los muertos también deben llegar al mundo cósmico como las estrellas: Por el Oeste”.
Egipto era profundamente consciente de las leyes que lo dominaban y a su vez, se sentía dominado por una serie de leyes denominadas Orden Cósmico.
“Este Orden Cósmico fue establecido al principio de los tiempos. Este Orden era perfecto y mantenía la armonía y el equilibrio entre el mundo natural y el cosmos: Tal como lo es arriba, lo es abajo”, asegura Bauval.El Orden Cósmico fue el concepto con el que los egipcios tocaron la eternidad y los movimientos lentos y majestuosos del tiempo.
“Los egipcios veían el mundo y el tiempo de una forma muy diferente: Nosotros corremos sin sentido, siempre hacia delante y nunca volvemos al punto de orígen. Ellos veían el tiempo en ciclos que volvían al punto de orígen”, explica Bauval. El tiempo en ciclos, como ya hemos visto en un artículo anterior con los mayas.
Bauval explica que estos ciclos de tiempo quedaron grabados en el mito de la Creación de Egipto. Al principio surgió un montículo de un océano de caos. Sobre él apareció el creador, el dios del Sol, RA. “La primera salida del sol se produce en este montículo, y la primera aparición de vida, con una ave mágica, una ave de fuego, el Ave Fénix llega y emite el primer sonido. Así comienza el tiempo”. El sonido del Ave Fénix fija los ciclos del Orden Cósmico, los ciclos del tiempo. Y cuando el ciclo termina, el Ave Fénix volverá para iniciar un nuevo ciclo de tiempo.
Sobre ese montículo de creación, se creó posteriormente Heliópolis, la Ciudad del Sol, el gran centro del saber de Egipto, donde los sacerdotes formularon sus ideas sobre el universo. La propia tierra de Egipto explica porqué sus gentes se sentían dominadas por el Orden Cósmico que gobernaba los ciclos de la naturaleza. Bauval explica el motivo. “Todo Egipto sería un desierto de arena ardiente de no haber sido por un milagro de la naturaleza: el Nilo. Egipto es producto del Nilo y este río tiene un ciclo desde tiempos inmemoriales”.
“Todos los años, como un reloj, las aguas del Nilo crecen e inundan la tierra, convirtiendo todo Egipto en un milagro de abundancia y prosperidad. Para comprender el antiguo Egipto, hay que comprender el Nilo y sus ciclos. Esa es la clave de Egipto. Su magia, su sabiduría, y sobre todo su concepto cíclico del tiempo y de la eternidad. Por eso, no es de extrañar que se centraran en este milagro anual”.
En aquel tiempo antiguo, todos los años, cuando un sol abrasador alcazaba el solsticio de verano a mediados de junio, Egipto estaba azotado y reseco por un sol abrasador, el Nilo se reducía a un hilo de agua y todas las criaturas, hombres y animales, luchaban por sobrevivir. Pero los antiguos egipcios desconocían que los grandes lagos de África, llenos hasta los bordes, provocarían torrentes de agua en el norte para rescatar a Egipto. Y todos los años, Egipto renacía. Así expresaban su sobrecogimiento por el milagro anual por el resurgimiento de sus dioses: Verde como las nuevas cosechas era el Dios del Renacer, el Señor de la Vida Eterna, Osiris. Bandadas de Iris llegaban desde la inundación, como si fueran heraldos de un inminente renacer, como símbolos del gran Thot, el señor de la Sabiduría y heraldo de los dioses. Los antiguos egipcios eran unos magníficos observadores de la naturaleza y no pudieron evitar darse cuenta de que el ciclo del Nilo coincidía con el ciclo del sol y las estrellas.
A eso habría que añadir que los egipcios se percataron de elementos cósmicos aún más grandes en el ritual anual del Renacimiento. La estrella más brillante del firmamento, Sirio, no se veía en el cielo durante setenta días, pero al comienzo del solsticio de verano, justo antes de la salida del sol y coincidiendo con la llegada de las inundaciones del Nilo, Sirio reaparecía de repente sobre el horizonte.
No es de extrañar que esta estrella se convirtiera en la Estrella del Renacer, uno de los grandes mitos del hombre: El mito del Primer Tiempo: Cuando los dioses dominaban la tierra y Osiris, y su consorte, Isis, trajeron esplendor, sabiduría y conocimiento a la tierra de Egipto. Pero Seth, su hermano, creció lleno de celos, y sintiéndose traicionado, mató a Osiris. El mundo se sumió en un caos cuando Seth cortó el cuerpo de Osiris y escondió sus trozos y vertiendo su sangre por todo Egipto. Pero Isis, su fiel consorte, le buscó en cada rincón, reunió los trozos de su amado Osiris y los envolvió en lino, haciendo así la primera momia, consiguiendo además, dar a luz a un hijo de Osiris, Horus, el Hijo Divino.
Horus se convirtió en el primer hombre dios, en el primer faraón que dominó Egipto. Todos los faraones que le siguieron, se creyeron reencarnaciones de Horus. Ese era el mito del Renacer. Egipto renacía cada año, algo que también ocurría en el firmamento en esa época mágica, cuando también llegaban las inundaciones del Nilo.
“Era el momento mágico que esperaban todos los años. Era el gran día del Renacer. La gran constelación de Orión planeando al Este, y admirando el acontecimiento. Orión es Osiris, y luego se ve la constelación de la diosa Isis, Canis Mayoris, y desde el centro de esa constelación, como si del vientre de la diosa Isis se tratara, emerge la estrella Sirio, que es Horus. Horus es la estrella Sirio, la estrella del Hijo Divino. Y eso era lo que veían. El brillo de la estrella Sirio, la estrella de Horus, el Hijo Divino. Su luz apareciendo por primera vez al amanecer, mezclándose con los rayos del nuevo sol del solsticio de verano”, explica Bauval.
La estrella renacida tras setenta días y transformada en la gloria del sol naciente se convertía en Horus del Horizonte: Ra Horakty. Entonces llegaba la inundación. Egipto renacía y los portales del firmamento se abrían. Los egipcios comprendieron que tanto orden y desorden formaban parte del equilibrio cósmico.
En un grabado, aparece Seth bendiciendo al faraón en oposición a Horus, su gran enemigo. Seth tiene un importante papel en este orden estelar: La Constelación de La Osa Mayor.Los egipcios también la llamaban “La Pierna”. Una de las cámaras de la pirámide de Gizéh apunta a ella. La de enfrente apunta a Sirio, convirtiendo este monumento en una metáfora de la resurrección, de la búsqueda de la vida eterna. Cuando las almas iban al reino de Osiris, y se unían a las estrellas del cielo. Pero, ¿en que parte del cielo? Esta cámara de la pirámide parece tener la respuesta.
“Cuando los egipcios miraban al cielo por la noche, en el norte, veían un grupo de constelaciones que giraban alrededor del polo las veinticuatro horas. Se trataba de las estrellas circumpolares, que los egipcios llamaban “las imperecederas”, las estrellas que nunca morían. Y esto se explica porque estas estrellas nunca se ponen. Por eso no es de extrañar que los egipcios quisieran unirse a estas estrellas eternas. Era un importante ritual que estas estrellas se alinearan con las pirámides y los templos”, asegura Bauval.
Antes de la construcción, cuando se definía la dirección del templo era importante para que estuviera alineado con las estrellas. Se apuntaba al grupo de estrellas que giraban en torno al Polo. A las imperecederas. A las estrellas que nunca se ponen. Pero sobre todo apuntaba a la constelación de La Osa Mayor, y que ellos conocían como “La Pierna”.
Las estrellas circumpolares giran y giran las veinticuatro horas, por lo que se pueden utilizar a modo de reloj. Pero los egipcios también se dieron cuenta de la posición entre la estrella que veían en la Osa Mayor y la Estrella Sirio. Era un ángulo de casi noventa grados. Como la mitad de un cuadrado. Por lo tanto, lo que hacían era que cuando una estrella determinada estaba en un lugar determinado predecía la salida de Sirio.
Cuando el templo estaba alineado con las estrellas, la magia, el mito y la ley cósmica se unían. Era una manera de saber cuan-do se producirían las inundaciones. Una manera de predecir el milagro anual que hacía renacer a Egipto.
El segundo descubrimiento que apuntaba a la relación de las pirámides y el mundo celeste se produjo cuando encontró códigos grabados en las piedras. La estatua del faraón Djoser, que inició la época de las grandes pirámides se encontró en un cubículo de piedra apoyado en su pirámide en un extraño ángulo.
“Tuvimos suerte de encontrar esta pieza en perfectas condiciones. Durante mucho tiempo se creyó que Djoser estaba mirando los mágicos y sagrados rituales de la corte, pero eso es imposible porque está mirando hacia el firmamento, ¿Por qué? Estaba mirando a un lugar en concreto. A 16 grados al horizonte y a 4 grados a la derecha del eje Norte – Sur del cielo. Esta mirando el paso de la Osa Mayor. Pero ¿porqué? Si en este preciso momento miramos hacia el este, vemos el mágico momento de la salida de la estrella Sirio. El arquitecto diseñó todo el complejo basándose en el cielo y el renacimiento. Esa era la clave. Según parece, este ritual se llevó a cabo durante toda la civilización egipcia y también durante el período greco-romano”.
Dendera, el gran templo que se construyó 2.000 años después que las pirámides. Incluso en su última etapa, el antiguo Egipto susurra los mismos secretos sagrados aquí. “Este templo tiene su eje principal alineado con la Osa Mayor, hacia el norte. En el aparece Sashet, la diosa que hace coincidir el templo con las estrellas de la Osa Mayor. Está escrito por todas partes, explicado con todo lujo de detalles. La otra alineación del templo es con la estrella Sirio”, asegura Robert Bauval. Este hecho parece confirmado en pinturas que muestran a un rey Horus con una lanza apuntando a ese lugar de la constelación.
La búsqueda de Bauval coincide con la de otros que estudian como los reyes y sacerdotes antiguos relacionaban la astronomía con los monumentos de la Tierra
Giulio Magli es un investigador que asegura que “tenemos el Orden Cósmico y el orden de la tierra, y se pueden establecer conexiones entre ellos. Tenemos ejemplos muy famosos de ello en otras culturas, como es el caso de Stonehenge, que indica que el nivel cósmico y el terrenal se pueden comunicar. Por eso me interesan los monumentos sagrados”.
En el Libro de los Muertos de Egipto se revela el secreto de las pirámides de Gizeh. Y este secreto no es otro que “La tierra es un reflejo del firmamento”. La clave está en un espectáculo dramático de muerte y renacimiento conocido como Heb Seb.
“Era como las corridas de toros. Todo el mundo esperaba al rey, que salía casi desnudo, con un pequeño taparabos, paseando por toda la corte, un micro cosmos de Egipto. Y si podía, demostraba su fortaleza, a veces incluso corriendo delante de un toro salvaje. Entonces todos le aplaudían. Pero si no lo conseguía, si consideraban al rey viejo, enfermo o incapaz, el país sufriría el mismo destino, y la corte y sobre todo, la diosa Sashet no lo permitiría. Y las consecuencias eran terribles”, asegura Bauval.
El sacrificio del rey era algo que también se ha dado en otras culturas. Entre los celtas, los espartanos, los vikingos e incluso entre los Dinga africanos en pleno siglo XX. En el antiguo Egipto se podía acabar muy pronto con el rey.
“Siempre ha sido desconcertante el motivo por el que el enorme paso elevado que sale de la segunda pirámide por el lado de La Esfinge está a catorce grados de la línea central de la Esfinge. Esto se explica de la siguiente manera:Celebraban la festividad del 22 de octubre. El sol sale a catorce grados hacia el sudeste, la misma alineación que el paso a nivel de La Esfinge. Esto indica que una de las funciones de la necrópolis de Gizéh era celebrar la festividad real”, asegura Bauval.
El gran monumento de Abu Simbel. 1.500 años más reciente que las grandes pirámides y La Esfinge. Su eje está en un ángulo similar al del paso a nivel de La Esfinge. El ángulo de la Festividad, el anochecer del 22 de octubre. El día de Heb Seb.
Entonces, ¿quién fue el faraón que sirvió de inspiración a estos monumentos del Cosmos?
“Toda esa atención al firmamento y la idea de los monumentos sagrados era la base del poder. El faraón basaba el poder en las estrellas. Esto era bastante común en otras culturas, como la china, por ejemplo, donde el hijo del sol era el emperador”, asegura Giulio Magli. Bauval explica que “Se puede ver por todas partes: El rey es Horus. Es el Dios del sol en la tierra. El objetivo no era construír núcleos residenciales, ya que es un Dios terrenal, responsable de la Ley Cósmica”.
“Egipto creía que la Tierra era un reflejo del paisaje celestial, y que todos los cambios que ocurrían en el cielo, los ciclos del sol y los cambios de las estrellas debían reflejarse en la tierra. Por lo tanto, tenemos 3.000 años de presencia faraónica, y a medida que el cielo cambia de norte a sur a lo largo de esos 3.000 años, también lo hacen los monumentos. Los lugares originales no solo cambian de ubicación sino también de orientación, para una perfecta sincronía con el Cosmos. Tal como lo es arriba, lo es abajo. La Ley Cósmica se basa en los cambios, y si se comprende eso, se puede descifrar Egipto y su relación con las estrellas”.
Los reyes y los sacerdotes obedecen las leyes del universo y el curso del sol y las estrellas a la hora de construir sus monumentos. Bauval descubre nuevos elementos del alma del antiguo Egipto acerca de los ciclos del tiempo.
“Los egipcios crearon un ciclo referente a la estrella Sirio, y yo creo que el sol es la clave para comprender todo el sistema que tenían en esa época. Ellos concibieron un calendario solar. Centraron todas sus creencias religiosas en la salida del sol en el solsticio de verano, justo cuando dicha estrella aparece. Y mencionan que el Ave Fénix da inicio al tiempo”, explica.
Ese era el Año Nuevo egipcio, cuando veían volver al sol a la misma posición 365 días después. Sin embargo, también se dieron cuenta de que su día de año nuevo se alejaba del verano cada vez más.
“Esto se debe a que la verdadera estrella solar tiene 365 días y un cuarto”, explica Bauval.Nosotros añadimos un día extra cada cuatro años para ajustar este desfase, el 29 de febrero, lo que se conoce como año bisiesto. Pero los antiguos egipcios no lo hacían. Para ellos era como una orden sagrada de los dioses y no se podía modificar el calendario. “Por tanto, cada cuatro años, el día de año nuevo se retrasa un día, y cada ocho años, dos días. Y así sucesivamente. (Robert Bauval). Eso creó un ciclo diferente de tiempo.
“Significa que las estaciones se ven modificadas por el año artificial o el año no preciso. Y por tanto, deben transcurrir cientos de años antes de que el ciclo alcance el Status Quo, es decir, el punto de inicio y se reinicie nuevamente. Eso era conocido como cíclo socíaco, que evidentemente era una gran celebración”, apunta el astrónomo Archie Roy.
Los historiadores griegos lo denominaron cíclo socíaco, por Socis, que para ellos era Isis, de cuyo vientre surgió Ra Horakty, el día que Egipto renació. Y aunque el momento mágico de renacimiento ocurría todos los años en el solsticio de verano, el día de año nuevo del calendario egipcio, el nacimiento de Ra, se alejaba cada vez más.
“Debía transcurrir un cíclo de míl cuatrocientos sesenta años (1.460). Si cada cuatro años se pierde uno, y se necesitan perder trescientos sesenta y cinco días, el cálculo nos dice que necesitará mil cuatrocientos sesenta años para regresar a su posición original: El retorno del Ave Fénix”, explica Bauval.
El ciclo comienza el 21 de junio, cuando el sol sale por el norte. Perdiendo un día cada cuatro años, cada nueva generación de egipcios veía el día de año nuevo después y la salida del sol más lejos del norte. A lo largo de los siglos, el día de año nuevo se acercaba cada vez más al invierno. El sol salía cada vez más cerca del sur hasta alcanzar el solsticio de invierno después de 730 años e iniciando después, el camino de retorno, acercándose al norte, y el día de año nuevo empezaba a acercarse otra vez al solsticio de verano, donde completaba el ciclo mil cuatrocientos sesenta años después.
“Es el encuentro del sol con la estrella Sirio y el desbordamiento del Nilo. Pero, ¿Qué ocurría entonces? Por los griegos que visitaron Egipto en el último período, sabemos que el principio o fín de ese ciclo que los griegos conocían como cíclo socíaco, fue en el año 139 después de Cristo”.
Los romanos describen Egipto en una explosión de celebración. Había empezado un ciclo 1.460 años antes, en el 1.320 antes de Cristo. 730 años antes, el día de año nuevo había coincidido en el solsticio de invierno del 2.050 antes de Cristo. Otros 730 años nos situarían el día de año nuevo y el solsticio de verano en el 2.780 antes de Cristo. ¿Qué ocurría en estas fechas?
En el 2.780 antes de Cristo, se aprecia una gran actividad. En estas fechas hay una explosión de construcción. Se construyen pirámides en el norte, el templo de Heliópolis, la ciudad de Menphis, los templos solares de Abú Goraub… Siglos antes, la capital de Egipto, se había trasladado de Hierakompolis en el sur, al norte. Fue entonces cuando empezó la época de las grandes pirámides.
“Aquí empezó todo: En el 2.800 antes de Cristo. Hubo una fiebre de construcción, una explosión que transformó todo el paisaje. Se levantó el primer complejo de pirámides en la historia de Egipto, la de Djoser, en Saqqara. Este complejo era un recinto amurallado lleno de protuberancias, entradas y paneles. Si se cuentan los paneles de cada lado de la muralla, vemos que hay 1.460, el ciclo del Fénix socíaco. ¿Se trata de una coincidencia?”
“El año 2.780 antes de Cristo, tuvo lugar el nacimiento de Ra Horakty, en el solsticio de verano, cuando el sol salía en el extremo norte. Esto significa que 730 años después, el día de año nuevo coincidirá con el solsticio de invierno, y el sol saldrá por el extremo sur. Y si es cierto que los antiguos egipcios creían que su tierra era el reflejo del firmamento, debería haber un centro en el sur construido 730 años después, tras el establecimiento del calendario, en el solsticio de invierno, ¿y que encontramos en ese lugar? El centro de Karnak, empezado a construír en el año 2.050 antes de Cristo, justamente 730 años después del establecimiento del calendario. Y vemos que su eje apunta al solsticio de invierno”. Explica Bauval.
Bauval es categórico al respecto: “Estoy convencido que el deber de estos grandes reyes de Egipto era conservar el Orden Cósmico y seguir sus cambios a lo largo del tiempo. Estoy convencido de ello. No querían construir núcleos residenciales, sino edificaciones dedicadas al sol, para el regreso del Ave Fénix, que tenía lugar en esas fechas predeterminadas”.
“La construcción del centro de Karmak empezó en el año 2.050 antes de Cristo, y si le añadimos 730 años, nos situamos en el 1.320 antes de Cristo. Deberían producirse unos acontecimientos mayores, como que un faraón trasladara la capital del sur al norte, y ¿con qué nos encontramos? Con el herético faraón Akenathon que trasladó la capital a una nueva ciudad, Tell El Amarna”, explica Bauval.
En el decenio anterior al año 1.320, cuando se produce el gran nacimiento de Ra y termina el cíclo socíaco, aparece la figura más enigmática de la historia de Egipto: Akenathón.
“Este farón introdujo cambios espectaculares. Los egipcios adoraban a muchos dioes. Pero él les dijo: “No, debeis adorar a un Dios Universal”. Era un hombre muy profundo que creía en las cosas que creemos hoy en día, un dios universal”, asegura Zahi Hawass.
“Akenathón se deshace de todo tipo de iconografía religiosa y se queda con la imagen del Disco Solar como imagen del Dios del Sol. Y después hace algo todavía más radical. Hay que entender el modo de pensar de este enigmático faraón. Ha habido 1.460 años de espera para que se reinstaure el Orden Cósmico. Y él es el elegido. Es el faraón que nace en esa época. Debía de creer que era como un mesías solar, capaz de restaurar el orden. Esa fue la gran visión de Akenathón. Quería hacerlo con tal fervor que fue contra todos los consejeros y se llevó a todos los sus sacerdotes, a toda la nobleza, a toda su familia en un éxodo masivo a una nueva ciudad, Tell el Amarna, donde manda construír un templo en honor al dios solar, Atón”, asegura Bauval.
“El único error que cometió Akenathón fue hacer que los egipcios adoraran al nuevo diós a través de su imagen. Los egipcios creyeron que había una conexión entre él y Atón. El era el Dios, y cuando Akenathón murió, Atón desapareció y resurgieron los cultos a otros dioses”, explica Hawass.
El año siguiente a la muerte de Akenathón es el 1.320 antes de Cristo. Es una época de revueltas, de luchas civiles e incluso de invasiones. La ideología socíaca parece desvanecerse. Sin embargo, hay otro fenómeno que lleva a Bauval a conclusiones bastante controvertidas sobre el antiguo Egipto y su percepción de las estrellas.
“Cuando se refieren a las estrellas, no se refieren únicamente a su viaje por el cielo. Hay que tener en cuenta otra cosa. ¿Recuerdan el baile de una peonza? Imaginen que la peonza es la tierra y que cada vuelta es un día. Fíjense en el baile. No es completamente recto, sino que su eje se inclina hacia un lado y hacia el otro”.
Es muy sencillo para los astrónomos. Lentamente, el eje de la Tierra cambia de dirección, por lo que se anticipa un poco año tras año la época de los equinoccios.
“El efecto de esto es que las estrellas parecen moverse lentamente en un ciclo de 26.000 años que llamamos Precesión”, explica Bauval. Justamente la misma cifra a la que llegaron los mayas.
La precesión hace que nuestro sol parezca salir en diferentes constelaciones en períodos de dos mil años y que las estrellas asciendan o desciendan según las épocas. Bauval cree que los egipcios se dieron cuenta de ello con el tiempo. Un templo, en la isla de Elefantina, en el sur, lo demuestra.
“Sashet era la diosa que causaba el desbordamiento del Nilo. Este era su templo, cuyos orígenes se remontan a los primeros tiempos, alrededor del 2.500 antes de Cristo. Pero hay templos construídos uno sobre otro a modo de torre. El templo que encontramos en la actualidad es el templo final que construyeron después de Cristo. Lo más interesante es el eje de los templos sucesivos, que se dirigen a al estrella Sirio, lo que demuestra su obsesión por dicha estrella y cómo la observaron a través de las distintas épocas. Esto también se puede ver en Déndera o en el templo de Karnak”, asegura el escritor.
Si el antiguo Egipto percibió la precesión a lo largo del milenio, Bauval puede estar ante una impresionante conclusión, relacionada con el núcleo del ser, donde todos los mitos convergen: el Zep Tepi o primer tiempo. El antiguo Egipto cree que en ese relato, en aquel montículo de la creación, aquel montículo emergente es donde todo empezó.
Hay una gran controversia acerca de la época de La Esfinge. Algunos creen que es miles de años más antigua de lo que se pensaba. Pero de lo que no hay duda es de hacia donde mira.
“Mira hacia el este, donde el sol sale en el equinoccio. Evidentemente es un fechador de tiempo. Pero un tiempo incierto, el comienzo de los tiempos, el Zep Tepi, Cuando el león de la tierra miró a los leones cósmicos y al sol del firmamento, en el año 11.500 antes de Cristo”, asegura Bauval.
Once mil quinientos antes de Cristo. Los astrólogos llamarían a esta época “la época de Leo”, porque el sol salía en la constelación de Leo. Y si los antiguos egipcios creían en lo de “tal como lo es arriba lo es abajo”, el león de la Tierra miraría al león del firmamento.
“La idea de ser un león. Las personas que construyeron estos monumentos eran muy inteligentes y no dejaron nada al azar. Tuvieron mucha lógica de acuerdo con sus creencias. Siempre la tuvieron”, asegura el astrónomo Archie Roy.
Y hay más pruebas de que construyeron escenarios increíbles. ¿Recuerdan la precesión? Situémonos en el año 11.500 antes de Cristo. Es la época en la que Sirio apareció por primera vez en tierras egipcias en el mágico día del renacimiento.
“De esto hablaban los egipcios cuando se referían al primer tiempo y a la llegada del Ave Fénix para crear el ciclo del tiempo. Vamos a analizar este paisaje del firmamento, esta región, este lugar donde comenzó el principio de los tiempos, el Zep Tepi. En época de los faraones, las pirámides de Gizeh estaban coronadas con piezas de oro. Los egiptólogos se han preguntado durante años si era para conectarlas con otros monumentos que estaban a la vista. El padre de la astronomía, el griego Euxoto, describe una torre enorme donde los sacerdotes egipcios iban a observar las estrellas en un lugar antiguamente conocido como Letópolis, a unos 30 kilómetros al norte de las grandes pirámides. Su diagonal apuntaba al gran templo de Heliópolis. Las tres formaban un triángulo recto, visible dia y noche, ya que el sol y la luna iluminaban sus extremos dorados”.
“Imaginemos que estamos en Letópolis en aquella época, en el once míl quinientos antes de Cristo, y que estuviéramos mirando al sur. Encontraríamos un paisaje muy parecido al que encontraríamos en el cielo. El Nilo alineado con la Vía Láctea. Las tres estrellas del cinturón de Orión, justo en el mismo ángulo y en la misma configuración que las pirámides de la Tierra. Y al este, habría la constelación de Leo, Esti Horakty sobre el cielo y justamente sobre el templo de Ra Horakty. Un poco más tarde se vería el sol resplandecer sobre el templo. Todo no puede ser coincidencia” asegura Robert Bauval
El firmamento, encerrado en la imagen de un increíble y distante pasado. Bauval tiene todavía más razones que apuntan al año 11.500 antes de Cristo. Para los antiguos egipcios, los setenta días en que la estrella Sirio desaparecía del cielo eran cruciales: todo Egipto esperaba el momento del renacer durante esos setenta días.
“Ahora veamos que ocurre en el cielo durante esos setenta días. El sol está en esta posición, en Leo, cuando la estrella renace al amanecer. Pero veamos que pasa setenta días antes. Todo el paisaje solar parece escabullirse a medida que hacemos retroceder al sol. Estaría en el lado oeste de la Vía Lactea”, asegura Bauval.
Si la teoría de “Tal como lo es arriba lo es abajo” se demuestra, el lado oeste de la Vía Lactea nos debería llevar al lado oeste del Nilo.
“Si esta teoría es correcta, estas tres estrellas representan las tres pirámides de la Tierra. Sabemos que las tres pirámides están a unos novecientos cincuenta metros de distancia. Aplicando la misma escala, esta distancia deberían ser unos nueve kilómetros y medio. Por tanto, deberíamos ser capaces de encontrar algún templo del sol, algún puerto donde el sol esté a punto de atravesar la Vía Lactea e ír hacia la constelación de Leo, el templo de Horakty en el cielo. Vamos a ver lo que hay en la Tierra: El templo solar de Abu Goraub. Si seguimos la alineación de su eje, vemos que hay exactamente nueve kilómetros y medio de distancia con las grandes pirámides de Guiza. Hay una zona en Abu Goraub que parece un puerto o una zona religiosa, donde habría un paso elevado, rumbo a Heliópolis. Estamos frente a un paisaje interrelacionado: Heliópolis, Abu Goraub, Gizeh… Parece reflejar exactamente el paisaje solar”, explica Bauval.
¿Un espejo del cielo del once míl quinientos antes de Cristo? Parece algo bastante rocambolesco. ¿Sugiere Bauval que estos monumentos fueron construídos miles de años antes de lo que se pensaba? Bauval asegura que todo empezó en el 2.800 antes de Cristo.
No. A excepción de La Esfinge, quizás.
Su teoría sugiere que en los albores de la historia, Egipto y sus habitantes sintieron la necesidad de grabar determinados recuerdos en piedras de miles de años de antigüedad, con el objeto de recordar siempre como empezó todo: La génesis. Pero, ¿ocurrió tal acontecimiento?
“Egipto experimentó unos cambios enormes y espectaculares a finales de la época glaciar, ya que enormes inundaciones cubrieron las llanuras”, explica el egiptólogo Fekri Hassan.
La época en que el hielo empezó a derretirse, cuando los polos tomaron nuevas posiciones, cuando algo exterminó a todos los animales de norteamérica.
“Los mamíferos que eran más grandes que un coyote se extinguieron y eso es el efecto de una gran catástrofe” asegura el paleontólogo Jhon Harris. “La temperatura media del mundo no bajaba de los cinco grados”.
“Y ese cambio se produjo en un período de entre tres años a un par de décadas unicamente”, añade el climatólogo Gregory Zielinski.
El fín repentino de la época glaciar, que tuvo lugar alrededor del once míl antes de Cristo. Los niveles del mar subieron y dieron lugar en unas cuantas décadas al mar del Norte y al mar Báltico. Asimismo ocurrió en el corazón de Africa: los grandes lagos crecieron y se unieron unos a otros, lluvias torrenciales inundaron el Africa Central y una enorme corriente llenó primero la cuenca de los pantanos y después llegó a los valles dando lugar al pequeño Nilo Azul, que nace en Etiopía. Donde hoy está la ciudad de Jartum, el Nilo Azul y Blanco confluyeron en un río que iba a dar forma y destino a Egipto, alrededor del once míl antes de Cristo.
¿Fue esto el Zep Tepi, el origen de los tiempos? Pero, ¿cómo una sociedad primitiva conserva la memoria de miles de años?
Pero el antiguo Egipto y lo que lo precedió no sólo registró los años, registró los ciclos del tiempo, los ciclos socíacos. En los albores de la historia, el faraón Djoser lo hizo con el primer complejo de las grandes pirámides. Pero si sabían aquello entonces, conocerían el ciclo anterior, y el anterior, y el anterior… hasta llegar al once míl quinientos antes de Cristo.
Solsticio de Verano Solsticio de Invierno
1.600 d. C. 870 d. C.
139 d. C. – 590 a. C.
– 1.320 a. C. – 2.050 a. C.
– 2.780 a. C. – 3.510 a. C.
– 4.240 a. C. – 4.970 a. C.
– 5.700 a. C. – 6.430 a. C.
– 7.160 a. C. – 7.890 a. C.
– 8.620 a. C. – 9.350 a. C.
– 10.080 a. C. – 10.810 a. C.
– 11.540 a. C. – 12.270 a. C.
El orígen de los tiempos. Bauval encuentra la conmemoración en sus mitos y monumentos y también en las estrellas.
Los romanos descubrieron que los egipcios tenían un sistema mejor que el romano para medir el tiempo. Los cronometradores de Julio cesar utilizan un calendario lunar confuso e impreciso. Julio Cesar tenía mucho interés en el ciclo egipcio de 365 días. Un mecanismo superior para medir el tiempo.
“Habían comprendido el Orden Cósmico. No necesitaban modificar el calendario. Tenían un calendario que se restablecía a sí mismo cada 1.460 años más o menos”. (Robert Bauval)
César termina dando nombre a los meses que hoy conocemos, diciembre, enero, febrero… y adopta el calendario egipcio, pero no completamente. Toma los trescientos sesenta y cinco días y un cuarto y seguimos ajustando ese desfase cada cuatro años sumándole un día y convirtiendo un año natural en un año bisiesto.
A diferencia de los grandes ciclos egipcios de tiempo, nuestro tiempo actual siempre va hacia delante, Hacia algún lugar, a algún momento.
“Ahora necesitamos el sonido y la luz para evocar la grandeza de un pueblo que quiso construír el cielo en la tierra. Hoy apenas alcanzamos a ver las estrellas y mucho menos La Via Lactea. No disfrutamos de su magia. Nos hemos robado a nosotros mismos la grandeza que un día tuvimos”, explica Bauval.
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