Por Pablo Sierra
El actor angloirlandés Daniel Day-Lewis, ganador de dos Oscars, decidió en 1999, en pleno auge de popularidad, quitarse de en medio para hacerse zapatero. Rechazaba contratos multimillonarios para entrar como aprendiz en un taller de Florencia, una de las ciudades más cautivadoras de Italia. Así, Day-Lewis reivindicó la sencillez de la vida, el éxito que supone vencer las pequeñas batallas del día a día en la comodidad del anonimato.
La decisión del protagonista de ´En el nombre del padre´ podría asemejarse a la que tomó uno de los primeros deportistas de élite ibicencos de los que tenemos constancia. El nombre de Antonio Ferrer Tur (Eivissa, 1927) ha permanecido en segundo plano durante décadas por voluntad de este marinero, que prefirió dedicarse a la pesca antes que intentar labrarse un porvenir como regatista. La carrera deportiva de Ferrer, más conocido en las Pitiüses como Toni Platé, fue corta y contundente: dos temporadas en activo (1947 y 1948) en la clase snipe y un subcampeonato del Mundo en su palmarés formando equipo con el gallego Antonio Pérez.
Las hazañas de Platé en las competiciones duraron lo que duró su servicio militar. Dos años. Ni más ni menos. Para llegar hasta esa época, antes conviene navegar en los días de infancia y juventud de un ibicenco que hoy, a sus 85 años, recuerda con detallismo galdosiano la Eivissa de la República, la Guerra Civil y la posguerra, el escenario vital que le preparó inconscientemente para convertirle en campeón. Como él mismo relata, fue el quinto de nueve hermanos, fruto del matrimonio que formaban Joan Ferrer y Catalina Tur, vecinos del barrio de sa Riba. Su padre se dedicaba a la pesca y los cinco varones de la familia se decantaron por oficios marineros. Casi ocho décadas después, Ferrer todavía se ve «con seis años, atado a la roda de proa del ´Vicenta´, el falucho con el que pescaban langostas en sa Cala». «Me amarraban para faenar tranquilos. Tenían miedo de que con el vaivén del falucho me fuese al agua» rememora Platé, siempre acompañado de una gorra que mantiene su espíritu marinero pese a que lleva más de diez años sin navegar. Con «siete u ocho años», nuestro protagonista se convirtió en un pequeño mestre d’aixa, juguetero náutico que proveía de pequeñas embarcaciones artesanales a sus compañeros de travesuras. «Si me encontraba algún tapón de corcho, con un cuchillo y una piedra de afilar construía pequeños barcos, suficientes para que mis amigos y yo jugáramos a las regatas», afirma, destacando el hecho de que numerara a su flota pese a que todavía «no había aprendido a escribir». Años más tarde, el destino quiso que el snipe con el que se proclamó subcampeón mundial también fuera un bajel sin bautizar y que como identificación llevara un número en la vela . «El 6.093», apostilla Platé.
La pesca, el mejor entrenamiento
Antes, Ferrer aprendió en primera persona el arte de la pesca y la navegación. En su adolescencia, comenzó a faenar junto a su padre, pasión que acompañaba con su faceta de guitarrista en la rondalla La Afición, agrupación musical que fue la primera en amenizar las fiestas del Club Náutico de Ibiza de forma «gratuita y desinteresada». La miseria que sucedió a la Guerra Civil hacía que la gasolina fuese un lujo racionado y los marineros tenían que apelar a la paciencia y a su habilidad con las velas. Aquellas largas jornadas pesqueras a comienzos de los grises años 40 adiestraron a Ferrer, que entró en la Marina para cumplir el servicio militar.
Palma fue su destino para hacer la mili. Cuando llegó a la capital balear, en el año 1947, la frase «soy pescador» le abrió la puerta a las regatas de snipes que se celebraban en la Bahía de Palma, en las que los oficiales, patrones a bordo, formaban tándem con los soldados y reclutas, que actuaban como proeles de unas embarcaciones «bastante más pesadas que las actuales». A Platé le tocó en suerte como compañero Pérez, que había sido contramaestre del ´Baleares´ y que se estaba en tierra cuando la flota republicana hundió el crucero en 1938.
La experiencia del gallego, campeón de España en 1947, y el talento de Ferrer fueron una combinación explosiva. Una a una, todas las pruebas que se celebraban en el ámbito balear fueron cayendo de su lado. Nadie podía atraparles cuando surcaban las olas en el ´Ququiño II´, un snipe que pertenecía a Pérez. Las fotos de la época, conservadas como oro en paño por Ferrer, no dejan dudas sobre la extracción social de cada uno de los navegantes.
Pérez, bigote perfilado y pelo engominado; chaqueta y pantalones claros, culminados con relucientes zapatos; sostiene trofeos en compañía de Platé, que posa descalzo y en mangas de camisa; con el pelo enmarañado por el salitre, oscura y curtida la piel pese a tener 21 años.
Al regresar a Palma, el ´Ququiño II´ compitió, sin salir de Mallorca, en el Campeonato de España. Acabar en la primera plaza permitió a la pareja tomar parte en el Mundial, disputado a principios de septiembre de 1948 en la misma Bahía de Palma. «Éramos once naciones y los once snipes con que participamos fueron embarcaciones construidas para la ocasión en Pollença. Solamente se nos resistió la pareja que formaron los argentinos Carlos y Jorge Vilar Castex», cuenta Ferrer.
Acabada la mili, este ibicenco decidió volver a Eivissa. Antes, rechazó la oferta del teniente general Eduardo Sáenz de Buruaga para reengancharse en el Ejército. «Hubiera tenido un buen trabajo», dice. Ferrer recuerda «con honor» la relación que trabó con este militar, jefe de la Capitanía Militar de las Islas Baleares, al que llegó a «cargar y descargar a hombros delante de mi propia familia» en una visita oficial a Eivissa: «´Mi general´, como yo le llamaba, estaba cojo. Era muy aficionado a ses veles y yo me encargué durante meses de cuidar su snipe y de acompañarle en sus salidas por la bahía».
De vuelta en las Pitiüses, Platé comenzó a faenar con sus hermanos y a esta tarea se dedicó hasta el día de su jubilación. Además, colaboró «gratuitamente» con el Club Náutico Ibiza «rescatando las embarcaciones que se quedaban varadas tras los temporales». «Cuando nos jubilamos mi hermano Pepe y yo, pedimos al club un amarre en el nuevo puerto pesquero. A nuestro hermano Vicent, que era el contramaestre del club, no le quedó otro remedio que decirnos que debíamos ponernos en lista de espera. Después de todo lo que habíamos hecho, nos sentó muy mal y decidimos borrarnos como socios tras 40 años», relata.
«No le daba importancia»
Durante aquellas décadas, sus éxitos deportivos quedaron en un segundo plano. «Yo no le daba importancia», asegura. Sin embargo, la curiosidad de Toni, Daniel y Eloy, los tres hijos que tuvo con su esposa Antonia, a los que crió en el carrer d´Enmig de Vila, ha hecho posible que Antonio Ferrer Tur se haya decidido a contar una historia que su sobrino Joan Platé le ha ayudado a reconstruir, rescatando viejas fotos y recortes periodísticos. «Cuento estas cosas porque amo la mar y siempre me gustaron las velas. Me encantaría felicitar algún día a un regatista ibicenco por ser campeón del Mundo, sería una emoción muy grande poder hacerlo», remata, mientras exhibe una placa que le entregó la Federación Balear de Vela en 1983 y que le acredita como subcampeón mundial. Esa placa, junto a la carta de invitación para asistir a ´La Nit de la Vela´ son recuerdos físicos de un 1948 que sigue vivo en su prodigiosa memoria. De un año en el que se convirtió en regatista de élite para regresar nuevamente a su oficio de pescador. De un Mundial en el que se registró el éxito que abrió una larga saga de competidores pitiusos que aún perdura.
Cortesía de Diario de Ibiza
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