Por Cristina A. Tur
Y dice la leyenda que en el espejo de las aguas, los días en los que la superficie se vuelve plata fundida y el sol observa en ella su propio esplendor, tal Narciso ardiente, aún puede verse en el fondo de s´Estany aquella casa encantada que las olas barrieron por una maldición fraterna. O, al menos, sus ruínas.
Pero empecemos por el principio, como se relatan los cuentos, las fábulas y las leyendas. Érase una vez una rica heredera viuda y una finca espléndida surcada de torrentes y manantiales de aguas cristalinas. Esta, claro está, donde en la actualidad se encuentra el bautizado como Estany Pudent (estanque apestoso).
La viuda, una mujer trabajadora y orgullosa de su hacienda, tenía, sin embargo, dos hijas algo vagas a las que poco preocupaba el devenir de las cosechas y el estado del ganado. A pesar de tal desidia, la madre cometió el error –uno de esos errores sin los que difícilmente existirían las fábulas- de dejar una herencia compartida, lo que en la práctica se tradujo en dos herederas que competían en ruindad y egoísmo, porque, a pesar de que cada una de ellas quería la finca en exclusiva, ninguna le hacía mucho caso.
Hasta tal punto llegó el odio que se profesaban las dos hermanas , mientras la hacienda perdía brillo que, un buen día, los insultos acabaron en maldiciones. Y ya se sabe que hay que tener mucho cuidado con las maldiciones, porque pueden cumplirse.
La una le dijo a la otra una expresión tan de la tierra como “Mala fi puguis tu fer, i s´hisenda també!» –al menos con esas palabras lo recuerda Joan Castelló Guasch, en su libro “Rondaies”-, y la otra le respondió: “Lo que desitges, tenguis!”. Y, por supuesto, se cumplió. Cuentan que se escuchó el rugido del mar y una gran ola se levantó sobre la tierra y golpeó la hacienda, arrasando pastos, cultivos y construcciones. Las dos herederas y su fabulosa casa desaparecieron y las aguas estancadas que quedaron de la gran ola se convirtieron en s´Estany Pudent. Adiós a los manatiales de agua potable.
Y para que la historia quedara redonda, los habitantes de la isla cuentan todavía que las ruinas de la casa aún pueden verse en las aguas del estanque algunos días especiales.
Más allá de la leyenda, s´Estany, que se bordea para llegar a es Pujols, es hoy parte del parque natural de ses Salines y paraíso de aves de humedales, pero también es cierto que antiguamente fue un importante foco de infecciones y que fue, con toda probabilidad, el origen de alguna epidemia de pauludismo. Un buen día, a mediados del siglo XIX, para que el agua se regenerara, al obispo Don Basilio Carrasco se le ocurrió algo tan sencillo como comunicar el estanque con el mar.
No volverá a haber manantiales de agua clara, pero hay formenterenses que hablan de ellos como si pudieran recordarlos. Como si hubieran existido. La leyenda, aunque no sean todos los que la conozcan, sigue viva.
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