Por Miguel Angel González
Aunque Raoul Hausmann empezó a escribir en Sylt, el 1926, su texto más ambicioso, Hyle, –una novela o antinovela a la que después añadirá el subtítulo Ein Traumsein in Spanien–, prácticamente toda su redacción la hace en Ibiza, entre 1933 y 1936. En nuestro país se publicó tardíamente en 1997 y yo adquirí el libro inmediatamente, aunque, lo confieso, fue por equivocación.
Conocía la aventura de Hausmann en la isla por algunas fotografías y, sobre todo, por el estudio que de él se hizo en ´Raoul Hausmann arquitecto, Ibiza,1933-1936´, publicado con ocasión de la exposición que con el mismo título se presentó el 1991 en el Centro Cultural Sa Nostra de Palma de Mallorca y en el Museu d´Art Contemporani d´Ibiza. El hecho es que, al descubrir la obra de Hausmann en una librería, fue suficiente ver en su portada la fotografía de una casa payesa, Can Palerm, para que la obra despertara mi curiosidad. Pocos días después, sin embargo, cometí un tremendo error. Empecé la lectura, saltándome el prólogo y sucedió que a las diez o doce páginas lo dejé. Pienso que el lector entenderá mi abandono si, juntos, ahora, repasamos el primer párrafo del libro: «Bajo golpes de viento frontal flota vacilante barco alzándose, hundiéndose entre masas de agua negra que suben lentamente pez de metal que cae en las cavernas de agua, rugientes turbinas golpeando el viento, apretando contra embestida, trombas de agua, bajo los azules de la noche salpicada de estrellas. Azules de media noche, en ellos serpentea el vapor ´Ciudad de Mahón´, hacia el sur, hacia la Isla Blanca». El texto era perfectamente inteligible –es de noche y el barco que se acerca a la isla cabecea y enfrenta el oleaje entre el fragor de las turbinas y fuertes golpes de viento–, pero dejé la lectura porque me parecía innecesaria la heterodoxia que Hausmann ejercía en la construcción de las frases. Han tenido que pasar algunos años para que, conociendo mejor la aventura vital y creativa de nuestro personaje, pudiera disfrutar de un texto que puede parecer deslavazado y, sin embargo, explica, entre el gozo y el drama, con pasión y poesía, el fracaso de un sueño. Trataré de explicarme aunque enseguida entenderá lo que digo quien en la pintura valore el collage y el cubismo; o quien, en fotografía, sienta interés por el fotomontaje. Hausmann, en cualquier caso, tuvo motivos para el qué y el cómo de su insólita escritura.
Para entender ´Hyle´ conviene tener muy presente que Hausmann viene del dadaísmo, movimiento cultural que surge del desencanto que sienten determinados sectores intelectuales y artísticos en una Europa de entreguerras y que nace como descarada provocación contra el orden establecido, como antiarte que se burla del artista burgués y se rebela contra la convenciones literarias y artísticas tradicionales. El movimiento dadá propugna la libertad del individuo, la espontaneidad y el valor del inconsciente. A partir de aquí, el escritor no debe aceptar ninguna forma de encorsetamiento y debe dar rienda suelta, sin necesidad de buscar un orden, a sus percepciones, vivencias y sentimientos.
Es una escritura, en fin, que puede verter los automatismos surrealistas y recuerda el mundo interior de Joyce. De hecho, imágenes e ideas asaltan nuestro cerebro entremezcladas –un poco como aparecen en los sueños–, y es nuestra razón la que las fiscaliza, criba, escoge y ordena, para verterlas en un lenguaje convencional. Pues bien, el dadaísmo trata de esquivar esa castradora fiscalización de la razón y de ahí la forma aparentemente anárquica de ´Hyle´ que, sin embargo, tiene una cuidada hilatura. En su lectura seguimos un río que tiene meandros, rápidos y encalmadas, que a veces se oculta y luego aflora. Lo cierto es que, quien sigue su curso, al final tiene una idea muy precisa de su recorrido que nos dibuja un mapa humano, muy humano. Porque lo que nos cuenta Hausmann es una experiencia existencial de deslumbramiento y desencanto. La aventura ibicenca, de alguna manera, es la misma aventura de la vida. Hausmann, como todos en algún momento, persigue la Utopía y cree encontrarla en una isla. Ibiza se le ofrece como una Arcadia, como un ´mundo feliz´. Un ámbito luminoso que no está contaminado en el que las gentes son tolerantes y dueñas de una secular sabiduría. Les basta lo que tienen y no ansían lo que no tienen. Viven, por otra parte, la inmediatez, el presente. El tiempo en la isla se dilata, lo ordinario deviene extraordinario y los objetos aparentemente anodinos adquieren significado.
En ese mundo, en una casa de interiores desnudos, en un pequeño pueblo, entre sus vecinos, Hausmann es aceptado con su esposa Hedewig y su amante Vera Broïdo, y nadie parece extrañarse de su descarada bigamia, su singular talante, su porte, su insólito monóculo y su manía de hacer más y más fotografías que, para él, son una forma de conocimiento. Hausmann quiere documentar ese mundo prístino que vive fuera del tiempo. El problema es que, finalmente, –como explica en ´Hyle´– todo ese mundo mágico se contamina y descompone. Primero, su amante le traiciona con un vecino, Toni Ribas es Torrer, y le abandona.
Sueño frustrado
Y tiempo después, cuando la guerra civil llega a la isla, todo aquel mundo mágico se desmorona. Y Hausmann huye. Podríamos decir que ´Hyle´ es la historia de un sueño frustrado y de ahí, tal vez, su subtítulo de ser sueño en España. Repasando ahora el recorrido vital de nuestro personaje, uno diría que el paréntesis ibicenco fue como una bisagra en su biografía porque, después de la isla, ya nada es igual. Hasta el punto de que Hausmann parece vivir en una permanente huida –Zurich, Praga, Haute-Vienne, Grauen Star, Limoges– y, sobre todo, vive del pasado. Sus iniciativas oscilarán pendulares –en sus escritos (libros, artículos y correspondencia), en sus conferencias y en sus exposiciones fotográficas– entre su dadaísmo berlinés y su experiencia ibicenca. Alcanza a ver una gran exposición sobre la totalidad de su obra en el Museo de Arte Moderno de Estocolmo y muere en Limoges el 1 de febrero de 1971. La mayor parte de su legado se conserva en los Archivos Hausmann de Limoges y en el Museo Departamental de Arte Contemporáneo de Rochechouart.
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