Por Manel Antoli
Formentera se compone de 84 kilómetros cuadrados entre faros, calas y rutas verdes. Es lamás meridional de las islas baleares y sólo puede llegarse por mar. Recorrer en bici su interior y sus playas es hacerlo, también, por las imágenes y metáforas de ‘Lucía y el sexo’, la película de Julio Medem.
¿Bici o motocicleta? He ahí el dilema que se planteaba Lucía (Paz Vega) nada más desembarcar en Formentera -«isla de pinos» para los griegos-. El mismo que afronta cualquier recién llegado a este oasis de la soledad, descubierto para muchos por el cine gracias al filme que rodó aquí Julio Medem en 2001.
Al ser sólo accesible por mar, la menor de las Pitiusas se ha visto preservada de la masificación turística. Ello, unido a sus reducidas dimensiones (apenas 84 kilómetros cuadrados), la convierte en muy manejable. Cinco pistas para descubrirla.
1.- Entre Illetes y Salines
Decidida por la motocicleta, la joven enfila rumbo al norte, en un precioso travelling que nos guía hacia Ses Illetes, una de las playas más bellas de Formentera. La ruta parte de La Savina, puerto y puerta de entrada a la isla, y atraviesa el largo y angosto límite que separa el Mediterráneo del Estany Pudent, laguna salada de tres kilómetros cuadrados, bautizada así por su mal olor, donde suelen reposar bandadas de flamencos. El extremo norte de esta laguna coincide con el desvío que, sorteando sabinas y pinos, conduce a Illetes. Antes, la senda bordea Ses Salines. Siglos atrás fueron fuente de riqueza de la isla. Hoy son un espacio natural protegido, de gran valor ornitológico. Un paseo por los canales y el sol al atardecer reflejado en su espejo salino es un espectáculo.
El Molí des Carregador, uno de los cuatro molinos de viento que hay en Formentera, marca el inicio de Ses Illetes. Una alargada lengua de arena y dunas donde Lucía se entregaba al mar desnuda. Las primeras calas son las más frecuentadas, pero a medida que uno avanza hacia Es Trucadors, su extremo norte, devienen cada vez más solitarias.
Según la dirección en que sopla el viento, las olas agitan un lado mientras el opuesto se mece como en una piscina natural. Las translúcidas aguas no envidian a las de los mares del Sur, y sólo el atrezo es distinto. No es un jardín del Edén salpicado de palmeras y cocoteros, sino un agreste conglomerado de rocas erosionadas. Pero ahí radica su salvaje belleza. Ses Illetes muere en Es Pas, donde uno puede recrearse en el enfrentamiento de las corrientes de agua que separan Formentera de su islote mayor, S’Espalmador. Un pequeño ferry conecta a diario La Savina o Illetes (12 euros por trayecto) con este rincón aún más solitario si cabe.
2.- El enigmático cabo Barbària
Una carretera secundaria de nueve kilómetros parte de Sant Francesc -la capital, en el interior- hasta el extremo sur. Los últimos tres kilómetros, tras sortear la pequeña loma del Puig d’en Guillem, se asemejan a un paraje lunar del que emerge el faro de Barbària (17,5 metros de altura), vigía y luz del cabo del mismo nombre. Hacia él veíamos dirigirse a Lucía en motocicleta, componiendo una de las más bellas tomas del filme. Los acantilados que lo arropan se transforman al atardecer en improvisados palcos desde donde contemplar cómo el sol se sumerge en el mar por el horizonte, dejando el cielo teñido de su rojiza estela. Antes hay que cumplir con el ritual de buscar el pequeño agujero -¡y bajar por él!- que conduce a una gruta natural abierta al mar al borde del precipicio. Como contaba en un poético cuento Lorenzo (Tristán Ulloa), el novio de Lucía: «Ésta es la isla donde la luna está más baja, la del buen tiempo y los deseos. Sólo hay que tener cuidado con los agujeros del suelo. Pero caer en ellos no te hace morir, sino cambiar de rumbo y reaparecer en otra parte».
3.- De Es Pujols a Es Caló
Delimitando la playa de Tramuntana, al noreste, estos dos pueblos separados por ocho kilómetros ofrecen los dos polos opuestos de la isla. Es Pujols, con un bullicioso paseo marítimo salpicado de restaurantes, bares y puestos de artesanía, es el más turístico de Formentera, con la mayor oferta hotelera. Su joya natural es Punta Prima, rincón para perderse paseando rumbo al mar sobre una planicie rocosa, rematada en una afilada daga que penetra en el Mediterráneo.
La antítesis, Es Caló. En la primera mitad del siglo XX fue un activo puerto de mercancías (madera, carbón…) y refugio de barcos de pesca. Librado de aquel ajetreo, ahora es un tranquilo pueblecito de pescadores adornado con vetustos embarcaderos donde dormitan los llauds (barcas tradicionales). Tan tranquilas como Es Caló son sus Platgetes, minúsculas calas de arena gruesa y piedra, ideales para bucear entre pececillos de colores.
En la costa opuesta a Tramuntana, Es Mitjorn, se encuentra el arenal más largo de la isla, con ocho kilómetros de playas solitarias (Mal Pas, Valencians y, sobre todo, Es Arenals) que invitan a reflexivos paseos sin rumbo, al arrullo de las olas que, sin apenas barreras que lo impidan, rompen en ellas.
4.- Una veintena de rutas verdes
No es casual que las bicicletas reinen en la isla. Y es que hay casi tantos kilómetros de circuitos verdes (36) como de carretera (40 entre la general y las cuatro secundarias). Estos circuitos están repartidos en 20 pequeños tramos, para hacerse a pie o sobre dos ruedas. Destacan seis: Ses Illetes (1,9 kilómetros), desde el Estany Pudent a Illetes; Estany des Peix (0,8 kilómetros), junto a La Savina, bordeando la segunda laguna salada de la isla, reserva ecológica; S’Estany (2,7 kilómetros), de La Savina a Es Pujols, por la mitad meridional del Estany Pudent; Cala Saona (2,5 kilómetros), desde Porto Salé hasta la mejor cala de poniente: Vell de La Mola (3 kilómetros); de Sant Francesc a la Cova d’en Jeroni, entre la vegetación interior de la isla, y finalmente, Sa Pujada (1,5 kilómetros), conocido como Camino Romano por su senda empedrada. Sólo puede hacerse a pie y, partiendo de las afueras de Es Caló, lleva hasta La Mola atravesando un bosque.
5.- La Mola, santuario ‘hippy’
Apenas 18 kilómetros separan La Savina de El Pilar de La Mola, el pueblo más oriental. Es la carretera principal de Formentera, que cruza la isla por su interior. Tras dejar el desvío de Es Caló, empieza un notable ascenso hasta la cima de la pequeña península de La Mola, coronada por un coqueto pueblo: El Pilar. Los miércoles y domingos por la tarde se abre el mayor y más variopinto mercadillo de la isla con sabor a rastrillo: bisutería, artesanía, ropa, retratos, caricaturas, tatuajes… Pura bohemia hippy, que en los años sesenta y setenta fue punto de encuentro de músicos como Pau Riba (uno de sus gurúes) o los King Crimson, que compusieron para su Islands (1971) la mítica Formentera Lady.
Antes de que oscurezca vale la pena visitar otro de los molinos de viento, el Vell de La Mola (1778), que en los sesenta tuvo como ilustre huésped a Bob Dylan. Y, para terminar, enfilar la infinita recta de dos kilómetros que emboca en el otro faro de la isla, La Mola, que inspiró una de las mejores novelas de Julio Verne: Héctor Servadac (1877). A sus acantilados se asomaba dejando que el viento azuzara su melena… Lucía.
Descubre más sobre Formentera en el artículo «Formentera«.
Cortesía de El País digital
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