Por Miguel Angel González
A grandes rasgos, la historia de Ibiza y Formentera pasa por periodos perfectamente diferenciados que han ido conformando nuestra identidad.
El primero va desde una fecha indeterminada que podríamos situar en los primeros siglos del segundo milenio aC., datación que los arqueólogos dan para los primeros vestigios de habitación en Ca na Costa y es Cap de Barbaria, (Formentera), hasta finales del siglo VIII o inicios del VII aC., tiempos en los que se produce la ocupación fenicia en enclaves como sa Caleta. El segundo periodo iría desde la fundación de Ibosim como colonia de Cartago, en el 654 aC., hasta el siglo X, momento en que nuestras islas quedan bajo el dominio de la Media Luna. El tercer periodo correspondería al paréntesis de ocupación islámica que va desde el siglo X a la conquista catalana de 1235. Después, a partir de esta fecha bisagra, la isla atraviesa siglos convulsos en los que se suceden las epidemias medievales, la peste negra y continuas razias piráticas con la consecuencia de que Ibiza se empobrece y sufre una significativa despoblación; y aunque en tiempos ya más cercanos a nosotros, en los siglos XVIII y XIX, la isla vive una cierta recuperación, lo cierto es que permanece como dormida en el tiempo y fuera del mapa.
Este cuarto periodo de más de 600 años sólo da un vuelco cuando, a mediados del siglo pasado, con la llegada del turismo masivo, dejamos atrás el viejo mundo, salimos del anonimato y entramos en el último tramo de nuestra historia, que llega ya hasta nuestros días.
Datos relevantes
Dicho esto, el cómputo global de nuestra larga historia nos aporta algunos datos relevantes. Nos descubre, en primer lugar, que nuestro archipiélago registra habitación humana desde hace casi cinco mil años; nos dice, en segundo lugar, que nuestra ciudad es una de las más antiguas del Occidente mediterráneo; y subraya, en último término, que tenemos menos de 800 años de herencia catalano-occidental, mientras que los más de 4.000 años restantes son de claro legado oriental. Y aunque es perfectamente lógico que nos pese sobre todo el contexto actual y la cultura occidental en la que estamos, ello no puede hacernos olvidar un pasado que nos pertenece y nos explica. El hecho de que la historia la escriban siempre los vencedores hace que muchos aspectos de nuestro pasado queden siempre desdibujados, desfigurados y acaben completamente olvidados. Y es un error. Porque si nos repugna, por ejemplo, el hecho de que los romanos arrasaran Cartago hasta el punto de que la ciudad fuera luego irreconocible, ahora podríamos ser igualmente críticos con algunos aspectos de la conquista catalana de 1235 que también en nuestras islas hizo borrón y cuenta nueva. Basta fijarse en el vuelco que sufrió la toponimia insular. Cuando comparamos el santoral que utilizaron los cristianos para rebautizar nuestros pueblos con la extensa relación que sacó a la luz Marí Cardona de lugares, alquerías y rafals de la Ibiza árabe, vemos hasta qué punto los conquistadores pusieron la isla del revés. Salvando distancias y contextos, tales hechos recuerdan la acción de los faraones que borraban empecinadamente cualquier rastro que recordara a sus predecesores en imágenes, símbolos y sellos.
Y es que las cosas, también en la historia «son del color del cristal con que se miran». Quien lea ´Las cruzadas vistas por los árabes´, obra de Amin Maalouf, se dará cuenta de que unos mismos hechos pueden leerse del derecho y del revés, según los describan vencedores o vencidos.
Lo digo porque en nuestra pequeña historia insular ha pasado lo mismo. La noticia que los romanos nos dejaron de los púnicos nos ha llegado intencionadamente manipulada hasta el punto que, todavía hoy, ´fenicio´ es un insulto, un sinónimo de mercachifle, oportunista y persona que no es de fiar. Pero nos equivocamos. Porque hoy sabemos que hubo momentos en los que la civilización fenicia fue muy superior a la romana. Existieron ciudades fenicias cultas y pujantes con excelentes matemáticos, astrónomos, arquitectos, ingenieros, artesanos y navegantes, cuando Roma ni tan siquiera existía.
El alfabeto
Y olvidamos, entre otras cosas, que los fenicios nos dejaron el alfabeto que todavía utilizamos. De la misma manera, puede que tampoco sea correcta la lectura que hacemos de la conquista catalana que, de hecho, supuso un enorme descalabro socio-económico y cultural. Tal vez convendría recordar que los nobles cristianos eran unos palurdos si los comparamos con el alto grado de civilización y refinamiento de la aristocracia islámica. En aquel entonces, los intransigentes y fundamentalistas eran los cristianos que vieron en las Cruzadas una Guerra Santa.
La cultura árabe era más sabia, más tolerante, más abierta y más transigente que la cristiana. Y una prueba de ello estaba en las ciudades árabes –también en Yâbisa–, donde convivían pacíficamente judíos, moros y cristianos. Algún día convendrá que hablemos del desastre que supuso para las islas el cambio que sufrieron el 1235. Recordarlo puede resultar revelador.
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