Por Jaume Vidal
Hace unas semanas leí un libro que, a pesar de no ser de un género por el que sienta una especial predilección, debo decir que me dejó una hermosa impresión. Nunca he escondido que soy un lector exigente, que selecciono hasta la obsesión los títulos que me llevo a casa. Pero en el caso de “Tu nombre me recuerda a ti” hay que añadir una serie de felices casualidades como las que pueden existir en un idilio entre dos personas, salvo que en esta ocasión sea entre un hombre y un libro.
Sabía que el libro existía porque me habían hablado de él y además, había leído una de las entrevistas que Mennta había realizado a su autor. No obstante, en un primer momento no tuve la necesidad ni el impulso de comprarlo. Tenía lecturas de sobra para pasar unos cuantos meses. Sin embargo, tengo la costumbre de visitar librerías en cuanto me acerco a una y voy sin prisa, lo que es muy a menudo.
El domingo por la mañana suele ser el momento de la semana en el que soy mas susceptible de caer en la tentación. Las viejas costumbres. Suelo dar un paseo por entre libros como si fuera un paseo entre nubes, miro portadas, leo sinopsis y curioseo capítulos. Lo que hace un buen lector. Un día, como si fuera una Venus surgida de entre las aguas del Nilo, mis ojos, como por casualidad, fueron a posarse en aquella portada. La portada me atrajo, pero lo que me convenció fue la sinopsis. Leí la dedicatoria y los primeros párrafos del primer capítulo. Estaban lo bastante bien como para intentar la lectura. No venía con intención de comprar nada, pero acabé llevándome el libro.
Una vez que lo empecé, la narración fue sobre ruedas. Sin buscarlo, de una sentada llegué hasta la mitad del capítulo cuatro. En ese punto puedo decir que el relato era fresco, ágil, fácil de leer y había creado en mí el interés por seguir avanzando. No obstante, ya había encontrado unos cuantos fallitos sin importancia que me restaron satisfacción como frases mal formuladas, un par de faltas de ortografía y pequeños fallos producto de la replanteación de frases o párrafos. Ya he dicho que soy un lector exigente y no lo digo porque suene bien. Es lo que hay.
En la siguiente sentada llegué hasta el capítulo nueve. Una narración ágil, descriptiva, con un pulso vigoroso y con todas las tramas –emocional, familiar y personal- envueltas perfectamente dentro de la historia, como partes que se complementan. Se nota que el autor lo trabajó con esmero para no malograr la historia de amor interfiriendo con otras historias. Habrá quien piense que no era necesario conocer las circunstancias personales y familiares del personaje principal, pero en mi opinión es un acierto porque enriquece y le da profundidad, algo que no consigue del mismo modo con el personaje femenino. No obstante, la chica me pareció plana hasta el diálogo que mantienen los dos protagonistas en el capítulo seis que precede al beso. Ahí descubrí a una chica con heridas, golpes y magulladuras, alejada de esa imagen fría que la había precedido. Casi quieres enamorarte de ella. Debo suponer que el autor va dosificando en exceso la información hasta que llega ese capítulo, donde lo suelta todo de golpe y provoca un efecto de empatía muy elogiable. Y luego está el beso, que es donde todo estalla. Uno de los mejores capítulos del libro, porque el mejor está por venir.
En la tercera sentada lo terminé. Es lo que ocurre cuando no puedes dejarlo. Una vez superas el capítulo diez, ya nada te detiene. La lectura se hace urgente, no se ofrecen tantos detalles de la historia, aunque intuyes el final a pesar de que quieres pensar en otro. Y es en ese conflicto cuando descubres que los personajes tienen sus propias circunstancias, que es lo que genera su propio destino y que, ocurra lo que ocurra, nada podrá evitar eso.
Cuando acabé el último capítulo, la sensación que me quedó es que había leído un buen libro. No es de esos que te marcan, pero sí un libro que valía la pena leer. El final, tan cuestionado en la opinión de los lectores sobre el libro, es en mi opinión, brillante. No es una palabra que suela utilizar, pero la uso para definir cierto tipo de maestría. Me atrevería a decir que quien lo cuestione es que no ha entendido el libro y debería volverlo a leer con calma. Y por cierto, los dos últimos capítulos, sobre todo el último, magnífico hasta el punto de ponerme la piel de gallina.
Sin embargo, este libro tiene una cosa peculiar y es que, una vez lo terminas, no se te va de la cabeza. Tiene una digestión lenta que puede durar días, semanas o quizá meses, aunque esto ya es más difícil.
Mi valoración no ha cambiado. Sigue siendo de seis sobre diez. Cuando lo cogí no creí que llegara, pero lo ha hecho. Un libro con un 6 se puede recomendar a un público que le guste el género. Para que podáis haceros una idea, “Los puentes de Madison County” también tienen un 6, “El hombre que susurraba a los caballos”, un siete raspado y “El diario de Noah” tiene un ocho y medio.
Como soy un lector exigente, se lo dí a leer a mi pareja para que me diera su opinión. Cuando después de una semana de haberlo empezado la encontré llorando en los capítulos finales no me hizo falta preguntar nada. Es un libro que toca tu fibra sensible, te hace sentir y que no puedes olvidar de inmediato, lo que se explica en esas cosas que te tocan sin que, tal vez, seas consciente de ello.
No obstante, he de decir que, al conocer al autor, le ofrecí una serie de opiniones que han derivado en la corrección del texto de las faltas de ortografía que encontré, el replanteamiento de las frases y se han añadido tres o cuatro párrafos que enriquecen al personaje femenino.
Puedes encontrar más información, comentarios y opiniones en la página del libro que ya tiene más de 1.100 likes: facebook.com/tunombremerecuerdaati
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