Por Miguel Angel González
En el mundo rural de Ibiza y Formentera, hasta mediados del siglo pasado, la costumbre de vestir de los pies a la cabeza de riguroso negro durante el tiempo prescrito por la tradición como manifestación de respeto hacia un difunto, se mantenía de forma muy estricta y ello explica que, sobre todo las mujeres, a partir de cierta edad, llevaran luto de por vida. Sucedía que no había terminado el duelo por un familiar fallecido, cuando se sumaba el de un nuevo difunto. Y en todo caso, el luto, pasado un tiempo, era una opción personal como recuerda bien una antigua canción popular: «Si s´estimat se moria, / cosa que el meu cor no vol, / si m´estava bé dur dol, / tota sa vida en duria». Lo cierto es que el luto en los tiempos idos era casi sagrado y de ahí que se dijera que «qui no respecta els morts, tampoc respecta els vius».
Por lo que me cuentan y yo recuerdo, el duelo en el viejo mundo tenía un doble sentido: era expresión de la íntima aflicción que causaba el deceso de un familiar, amigo, vecino o conocido, pero era también una señal exterior de aquel sentimiento que se manifestaba sobre todo en la costumbre de vestir de negro, un luto que tenía su particular recorrido. Por lo general, quienes acordaban qué luto se tenía que llevar eran las mujeres de la familia del difunto. El dol rigorós era inmediato, eliminaba todo rastro de color en la indumentaria y duraba más o menos según fuera el parentesco con la persona fallecida. Aunque variaba de una familia a otra y según fuera la parroquia, las pautas, con pequeñas variaciones, eran éstas: por el esposo o la esposa –si no se producía un nuevo casorio– el luto podía durar toda la vida; por padre, madre o hijo, un mínimo de 24 meses, un año y medio por un hermano, seis meses por un abuelo y tres por tíos o cuñados. Un refrán reduce este último luto con humor: «Dol per oncle o tia, una nit i un dia; i si no et deixa res, un dia només». Un amigo me explica un caso que demuestra el peso que el luto llegaba a tener: «Vaig conèixer el cas d´una familia de vesins, a ses Bardetes de Sant Francesc de Formentera. Va morir el pare i varen acordar portar deu anys de dol per ell. Quan ja s´acabava aquest període, va morir la mare i com que no podien fer menys, anaren vestits de dol vint anys seguits! O potser més, perquè vaig deixar de veure´ls, i ja no eren joves, quan encara anaven endolats per la mare i podia haver mort algun d´ells. Eren dues germanes i un germà. Record especialmente el germà, amb el cap cobert amb mantó i barba de dies. Impressionava!».
Se daba también el caso de que si una joven de la familia con duelo tenía que casarse, debía hacerlo de negro. En algunos casos, se esquivaba la norma con picardía: las amigas de la joven acudían a su casa y la obligaban –supuestamente por la fuerza– a vestirse sin luto para la ocasión, circunstancia que, de puertas afuera, venía a decir que la joven eliminaba el luto contra su voluntad y sólo circunstancialmente porque una vez casada lo recuperaba. Para que podamos hacernos una idea de lo riguroso de esta negritud indumentaria, basta decir que el mantó que media más o menos 2 x 2 metros, se colocaba sobre la cabeza, cubría en cierta medida la cara, caía por la espalda hasta más abajo de la cintura y por delante se recogía con las manos, dejando colgar las puntas hasta las rodillas. Las señales de duelo en los varones eran menos rigurosas, aunque antiguamente iban también emmantonats. Primero, utilizaron el ancestral abric amb caputxa o caputxó que luego se sustituyó por un pañolón negro, llamado también mantó como el de las mujeres aunque era de menor tamaño y de ropa más basta, que llegaba a cubrirles la cabeza y les caía por la espalda. Con el tiempo, dejaron de utilizarse mantó y caputxó, y bastó mostrar el luto en la corbata, los calcetines y, en su caso, con un brazalete negro que se solía colocar en la manga izquierda de las chaquetas. La ropa del varón, en todo caso, era discreta y lo que sí hacían los hombres era evitar por un tiempo el afeitado sin llegar a las barbas. «Lo de deixar-se la barba es hòmens –me explica Palermet– era durant es temps que es feien es resos pes difunt, quan parents, amics i veinat, anaven a la casa del difunt, nou dies seguits, a resar les tres parts del rosari».
Alguna nota de color
Pasado el tiempo de luto estricto, el mig dol permitía incorporar alguna nota de color que, poco a poco, arrinconaba toda señal de enlutamiento. Margalida Marí Tur, de ca s´Àngel, le explicaba a Vicent Marí Tur Botja que «per aclarir el dol, les dones es llevaven primer el mantó del cap, deprés el vestit, li seguien el gipó i el davantal, llavors el mantonet i, finalment, el mocador del cap». La cuestión era, cuando se dejaba el luto, no incorporar colores vivos, de manera que lo más común era utilizar listados en blanco, gris o negro y, en todo caso, tonos oscuros, discretos, que no llamaran la atención. En los casos poco frecuentes en los que se tomaba el atajo y se reducía el tiempo de luto, se intentaba justificar diciendo aquello de que «es dol no treu ànimes del Purgatori». Sobre esta relajación del duelo, un amigo de Corona recuerda algunos dichos curiosos, caso de «no hi ha dol sense consol» o aquel otro «dol amb pa, és bó de passar». Nos queda por decir que, mientras se llevaba luto, los familiares del fallecido no podían asistir a fiestas o celebraciones y en las casas se le daba una mano de cal al dormitorio del difunto, pero no a los muros exteriores de la vivienda que, precisamente como señal de duelo, tardaba en recuperar el enjalbiego. La casa mantenía sólo entreabierta una hoja del portalón del porxo en señal de recogimiento, los familiares más directos del difunto no se dejaban ver durante un tiempo y si se hacia una cantada en una casa que aún llevaba luto, en vez de tocar el tambor, el repique se hacía discretamente con un almud o golpeando sobre la pata de una silla o el tablero de una mesa.
Por su colaboración, vaya mi agradecimiento a Pere Vilàs Gil, Joan Josep Guasch, Vicent Marí Serra Palermet, Toni Manonelles Bolle y Vicent Marí Tur Botja que, en ´Dones de pagesa: els treballs i els dies´, da noticias precisas del duelo en el mundo rural, particularmente a partir de la entrevista que le hizo a Pepa Tur Marí (Pepa de can Toni Pere).
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