Por @vicent_mari
A quién más y a quien menos, el nombre de Antoni Riquer i Arabí le suena. Y no es para menos. Su figura se vio catapultada a la fama por un hecho que todavía se recuerda en Ibiza y que, más de un siglo después, las crónicas le vistieron de leyenda. Este año se cumplirán 211 años de aquel episodio y 171 de su muerte. ¿Qué hay de cierto y de fantástico en esa gesta cuyo eco todavía se recuerda?
Antoni Riquer nació el 17 de enero de 1773 en el número 40 de la calle del Mar de Eivissa, en el actual barrio de La Marina y fue bautizado en la iglesia de Sant Elm, justo al lado de su casa. El nombre de la calle era todo un presagio para quien se convertiría en el corsario más afamado de la isla, que perteneció a una familia de larga tradición marinera y que pasó a la historia como el ibicenco que lideró la captura de la imponente embarcación inglesa “Felicity” en lo que fue una recreación más de la leyenda de David y Goliat.
Riquer, al igual que su padre y hermano, desde muy joven se embarcó en barcos que se dedicaban al transporte de mercancías entre las islas y la Península. A consecuencia de la firma entre España y Francia, en agosto de 1796, del Pacto de San Ildefonso por el cual ambas naciones creaban un frente común para combatir a Gran Bretaña, la navegación de barcos mercantes por el Mar Mediterráneo se vio obstaculizada por corsarios con patente de corso de Inglaterra, y buques de la armada británica. Estos nuevos ataques sustituían a los tradicionales ataques de los piratas berberiscos, que, con base en Argel, habían sido los habituales hostigadores e invasores en las costas ibicencas, lo que a su vez había fomentado una tradición corsaria en las islas, que había dado fortuna y fama a un buen grupo de marinos de Ibiza y Formentera así como de Mallorca y Menorca.
En octubre de 1799, Riquer, que estaba embarcado en el jabeque San Antonio, fue apresado por una fragata inglesa junto a su padre y dos marineros más, siendo liberados días más tarde por un bergantín danés.
En abril de 1806, el mismo año de la gesta, las autoridades de Ibiza le encargan junto con otros mandos, que colabore en la contención de la revuelta de los payeses de los quartons de Santa Eulària y Balançart, soliviantados por el aumento de impuestos y que amenazaban con entrar en Vila en la noche del 25 al 26 de abril.
Es a partir de ese momento cuando se cree que Antonio Riquer ve en la actividad corsaria una oportunidad de mejorar económicamente y junto con otro renombrado corsario, Damian García Tur, sella un contrato de seis meses con los patrones Antoni Ferrer y Josep Salleres, titulares de una patente de corso. A Riquer se le asignará el jabeque San Antonio y Santa Isabel con el número 503 y el Mare de Déu dels Dolors i Neptú será puesto bajo el mando de Damian García. Evidentemente, la actividad corsaria de ambos estará dirigida principalmente contra los barcos ingleses, que son los que hostigan a las islas y a los barcos que comercian entre esas aguas.
La batalla del aquel domingo 1 de junio de 1806 ha pasado desde entonces de padres a hijos, magnificada por el hecho de que toda la tripulación era ibicenca, un hecho insólito como lo era también que Riquer supiera leer y escribir, algo extraordinario para alguien de la mar. Ese día, poco después del amanecer, se avistó en aguas de la Mola, en Formentera, un bergantín inglés con intenciones claramente hostiles. Nada más conocerse la noticia, Riquer puso su barco a punto y, después de oír misa en la iglesia de Sant Elm, reunió a toda la tripulación a la que se unieron voluntariamente otros patrones y marineros dispuestos para la lucha y se embarcaron en el jabeque «San Antonio y Santa Isabel”, que, alrededor de las nueve de la mañana salieron al encuentro del navío inglés.
Las diferencias entre ambas naves eran brutales: El buque inglés desplazaba unas 250 toneladas por las 72 de la embarcación ibicenca. Asimismo, en el “Felicity” iban alrededor de 65 hombres de distintas nacionalidades, dos cañones de gran potencia (18) y otros dos de menor potencia (12), siete obuses de distinta potencia y tres cajas con todo tipo de armas, mientras que la embarcación ibicenca apenas reunía 58 hombres, entre los que se encontraba su padre y su hermano, y un armamento mucho más modesto (ocho cañones y un obús). Por si esto fuera poco, además el buque inglés estaba comandado por el joven Miquel Novelli, un italiano de 27 años que tenía fama de ser un corsario valiente que atacaba siempre que podía sin medir las fuerzas del enemigo. Esto no amilanó a Antoni Riquer, que por aquel entonces contaba con 33 años de edad, y los suyos, que persiguieron a los ingleses desde el puerto de Eivissa y consiguieron darle caza alrededor de las cuatro de la tarde. El enfrentamiento se produjo a cinco leguas marinas de la isla de Formentera.
Cuando el jabeque ibicenco consiguió acercarse al “Felicity” fue recibido con descargas de artillería. No fue únicamente el coraje lo que decidió la batalla del lado de los ibicencos. La estrategia jugó un papel fundamental. Riquer, conociendo la enorme superioridad de fuego de su oponente, decidió que la única opción de victoria era el abordaje. Los marinos ingleses superaban en número a los ibicencos, así que decidieron aproximarse al barco y lanzar a su interior botellas de fuego que convirtieron la nave enemiga en un polvorín que acabó incendiándose, matando a muchos marinos y obligó al resto de la tripulación a rendirse.
Con el “Felicity” en llamas, parte de su tripulación en el agua, muerta y luchando contra el fuego en el barco, Riquer y sus hombres ven las fuerzas del barco divididas, ya que unos pocos hombres se dedicaban a disparar con fusilería y trabucos a la tripulación ibicenca cada vez que el jabeque se acercaba. Viendo la oportunidad de apresar el barco, lo asaltaron con ferocidad y arrojo. Tras la resistencia inicial, los corsarios ibicencos consiguieron que los ocupantes de la nave inglesa se rindieran, aunque las bajas en ambos bandos fueron importantes: murieron siete hombres por parte ibicenca, entre ellos el padre de Riquer, y hubo veintiún heridos. Por parte inglesa, los muertos fueron once y veinticinco heridos.
Ya bien entrada la tarde, el buque inglés fue conducido al puerto de Eivissa, donde esperaban el reconocimiento y la gloria a sus protagonistas, a unos más que a otros.
Esta victoria le valió al corsario ibicenco el grado de alférez de fragata y una pensión mensual de diez escudos. Con su parte del botín, Riquer intentó comprar el “Felicity”, pero a pesar de sus sucesivas misivas a Godoy, no consigue que le asignen el barco inglés, y a partir del 15 de julio de ese mismo año manda un nuevo jabeque, de nombre La Santísima Trinidad, también llamado el Francesc Riquer, en recuerdo de su padre.
Después de ese glorioso episodio, Antoni Riquer nunca volvió a vivir una hazaña comparable a la que le hizo pasar a la historia. Al poco de hacerse a la mar con el nuevo barco, tiene un enfrentamiento con un corsario enemigo, en las proximidades de la isla de Tabarca, frente a Santa Pola (Alicante). De resultas de la lucha, se prende fuego la munición que estaba en cubierta, produciéndose una explosión y debiendo dejar el combate para dirigirse al puerto de Alicante.
A partir de este suceso, Antoni Riquer pasó a comandar una flotilla de naves corsarias por aguas baleares, puestas a su servicio por la Armada. En 1807, es hecho prisionero por los ingleses y enviado a Londres, aunque será canjeado poco tiempo después
Tras el cambio de alianzas en la Guerra de la Independencia contra los franceses, deja de hostigar a los navíos ingleses y en 1811, se encarga de transportar prisioneros franceses capturados en la batalla de Bailén desde Cádiz hasta Mallorca.
Entre los años 1811 y 1819 poco se sabe de Riquer, aunque los indicios apuntan que patroneaba una polacra de nombre San Antonio y que se dedicaba al transporte de mercancías con base en el puerto de Cádiz.
En 1820, con el grado de alférez graduado de la armada y en condición de guardacostas, y al mando de esa misma polacra, apresa el 16 de enero de 1821, una goleta pirata que saqueaba el comercio de las costas mediterráneas y que le llevaría a ser ascendido a teniente de fragata.
En 1823, tiene lugar un nuevo episodio destacado en la biografía de Riquer y que pone de relieve la iniciativa del personaje. Se trata de la liberación de Cartagena, plaza que se encontraba siendo asediada por tropas francesas. Riquer al mando de tres naves, a las cuales ayudó a pertrechar poniendo de su propio bolsillo 20.000 reales, desembarca con sus hombres en el puerto de Cartagena y los pondrá al servicio de la artillería, ayudando a impedir la toma de la ciudad.
Con la llegada al poder de los absolutistas, en octubre de 1823 comienza una de las etapas más oscuras de la historia de España, la llamada Década Ominosa, que desencadenará la persecución de las ideas liberales y de sus partidarios. Y en 1824, Riquer, es acusado de pertenecer a una organización paramasónica.
La sentencia de la causa dictada por la Junta Militar de Granada, el 31 de mayo de 1825, le es favorable y es puesto en libertad, si bien se vio obligado a pagar por su cuenta los uniformes de los voluntarios realistas de la isla de Ibiza.
Después de esto navegó con el bergantín–goleta “Palmira” y pasando después al “San José”. La última información que se tiene de él data del año 1839 cuando comandaba el guardacostas Fénix, de 25 toneladas y 17 tripulantes, un barco con una categoría muy por debajo de los que había tenido a sus órdenes en el pasado. En 1840, y a pesar de sus numerosas aprehensiones y consiguientes beneficios económicos, se retiró definitivamente sin tener apenas propiedades ni fortuna, únicamente con el honor de ser el corsario más valeroso de la isla. Murió en 1846, a la edad de 73 años.
Riquer se casó dos veces, en junio de 1797 contrajo nupcias con Isabel Tur i Tuells, con la que tuvo una hija que falleció siendo joven. Tras el fallecimiento de Isabel en 1833 y a la edad 60 años se casa con Claudia Mir, que dio a luz una niña a la que llamaron Antonia.
Un obelisco para homenajear a los corsarios ibicencos
El 2 de junio de 1905, 99 años después de la batalla, y con el eco aún vivo de la gesta, un joven Isidor Macabich propuso la conmemoración del centenario de la hazaña. Según señala Fanny Tur en el libro ‘Corsaris’, Antoni Riquer ya tenía una plaza con su nombre pero a Macabich le pareció poco porque pensaba que Eivissa debía mucho más a sus corsarios.
Por este motivo, el Ayuntamiento, con Bartomeu de Roselló como alcalde, acordó crear una comisión que organizara toda una serie de actividades para recordar el episodio, entre las que se decidió construir un obelisco. Es el mismo obelisco que aún hoy se encuentra frente a la nueva estación marítima, presidiendo el muelle, dando la bienvenida a los barcos y los marinos que venían a puerto.
El 1 de junio de 1906, justo el día en que se cumplían 100 años de la batalla, se colocaba la primera piedra del monumento, presupuestado en 9.000 pesetas, aunque las obras no empezarían hasta 1914. Finalmente, el 6 de agosto de 1915 se inauguraba, en presencia de las máximas autoridades de la isla, el monumento en homenaje a Riquer y a todos los corsarios ibicencos que durante siglos surcaron el Mediterráneo.
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11:25:36 am
A Bernabé le han vuelto a admitir los récords en el Ranking, una amigo de Valencia. Felicidades CAMPEÓN!!!!!!!!!