Por Jose Miguel L. Romero, diariodeibiza.es
Las murallas de Ibiza, proclamadas Patrimonio de la Humanidad en 1.999, visitadas por miles de visitantes que cada año vienen atraídos por la magia y la historia de esos imponentes muros de piedra que disuadían a los invasores y piratas y que protegían Dalt Vila, la vieja ciudadela y la catedral que domina imponente desde las alturas. Esta muralla tiene una historia que se remonta varios siglos atrás y que oculta grandes secretos, algunos conocidos y otros esperan todavía a ser descubiertos. Las huellas del medievo, sin embargo, persisten en diversos rincones de Dalt Vila, en sus archivos, en muchas de sus paredes e incluso en el subsuelo de la catedral.
Para ver algunos de los restos más representativos de la Edad Media en Ibiza hay que vestirse de espeleólogo. Se hallan bajo el presbiterio de la catedral, a cuatro metros de profundidad. Allí se encuentra la cripta del cabildo, la más grande de las que minan el subsuelo del templo. La sala fue remodelada en el siglo XVIII –cuando «en 1784, con el primer obispo, Manuel Abad y Lasierra, fue elevada a catedral»– para que en su interior se enterraran los canónigos y beneficiados. Tiene cuatro enormes cámaras, dos a cada lado de un pasillo central de unos ocho metros de longitud.
Y está totalmente a oscuras. Para bajar allí, primero hay que levantar los cuatro tablones de madera que tapan el agujero de entrada, ubicado en el centro del coro. Es un acceso angosto, lleno de astillas, polvo y cascotes, por el que hay que retorcerse para no golpear el techo con la cabeza o la espalda. A través de unas empinadas escaleras repletas de escombros, se desciende hasta la cripta, donde no hay enchufes ni interruptores. Un foco conectado a un cable de 20 metros permite, para la ocasión, iluminar la polvorienta y tenebrosa cavidad.
Grafitis
Las paredes de la entrada, parcialmente abovedadas, están decoradas por numerosos grafitis en los que sus autores marcaron diversas fechas sobre el revestimiento de yeso: 1712, 1706, 1747, 1756… O nombres: Juan Suñer. Pero el delegado diocesano de Liturgia y Patrimonio, el canónigo Francesc Xavier Torres Peters, dirige sus pasos más allá, hacia la parte más importante de esa cueva: enfrente, detrás de un cúmulo de piedras perfectamente encajadas, se encuentra enterrado el cuerpo incorrupto del obispo Basilio Antonio Carrasco, fallecido en Ibiza en 1852 (su lápida está justo arriba, frente al templete del presbiterio). Durante las excavaciones realizadas en 1992, le retiraron el anillo de obispo, que se conserva en el Museo Diocesano.
Los arqueólogos, al mando de Rosa Gurrea, quebraron los cuatro peldaños de la escalera que antaño conducía hasta el frente del ábside, cuya entrada, que daba acceso a la cripta, fue tapada en el siglo XIX. Y comenzaron a vaciar lo que había bajo ella, un relleno que ocultaba uno de sus más valiosos tesoros: un trozo de la muralla medieval. En ese muro tapial, de tierra y cal, aún se aprecian «tres agujeros que en su momento sirvieron para colocar los andamios y traveseros para su construcción», explica Torres.
Muralla bajo tierra
Ese lienzo de la muralla data del medievo, según el canónigo: tiene aproximadamente 1,2 metros de ancho. El agujero excavado por lo arqueólogos, de unos tres metros de altura, no llega a la base del tapial: «Si se vaciara totalmente, se llegaría a la roca madre».
A ambos lados de la cripta hay un par de cámaras. En las dos de la derecha (según se entra), separadas por un delgado tabique, aún quedan restos de los religiosos que fueron enterrados allí. Uno está casi totalmente colmatado por la tierra: «Traían un cuerpo y echaban tierra encima. Y así con cada uno nuevo». En el suelo del pasillo, de tierra, hay un trozo de hueso humano que los arqueólogos olvidaron retirar hace 25 años, igual que diversas cuerdas.
Cámaras llenas y vacías
Las otras dos cámaras de la cripta están vacías. Los arqueólogos retiraron de esa zona numerosos huesos y toneladas de tierra hasta tocar, al fondo, a unos tres metros de profundidad, la roca. Allí también quedó al descubierto otro trozo de la muralla medieval (tal vez del periodo islámico), así como un muro en diagonal que corresponde a una de las capillas del ábside, del siglo XIV. En esa época se amplió el templo con ese ábside, de manera que la muralla quedó dentro de la catedral y bajo tierra.
Aquella excavación ratificó que la catedral había sido construida en el siglo XIV, pero no se pudo confirmar que se asentara sobre una mezquita. De la cripta del presbiterio extrajeron centenares de huesos que, en vez de ser trasladados a un almacén, fueron depositados en la cripta del cabildo de la catedral. Dos décadas después, en 2013, la griega Elena Kranioti –antropóloga forense y profesora de la Universidad de Edimburgo– y la chipriota Xenia-Paula Kyriakou –osteoarqueóloga miembro del Comité de Personas Perdidas de su país y experta en criminología que estudió con el CSI de la policía maltesa– comenzaron a investigar todos esos restos humanos. Los resultados aún se desconocen.
Visitable
Uno de los proyectos que Francesc Xavier Torres Peters tiene en mente es hacer visitable la cripta, pues de esa manera los interesados tendrían a su alcance varios siglos de la historia de la catedral y de Ibiza. No será fácil, pues el acceso es muy complicado: «Habría que acondicionarla y seguir vaciándola».
Y retirar los restos humanos que aún quedan, que no deben de ser pocos. Hubo allí tantos enterramientos que la catedral tenía su propio sepulturero. Al abandonar esa estancia, el delegado diocesano de Patrimonio, uno de los principales historiadores de la isla, señala un agujero que aún pervive en la escalera de salida. Al fondo se ve claridad. Se usaba como ventilación: tantos cuerpos en descomposición (excepto el del obispo Carrasco) creaban unas emanaciones que no debían de ser muy agradables para quienes transitaran por el presbiterio.
Cortesía de Diario de Ibiza
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