Por Miguel Angel González
A Margalida Juan Tur, que me descubrió que también en la ciudad, todavía hoy, se puede contar y cantar la vida en versos.
La llamada cultura popular que se ha mantenido y enriquecido durante siglos únicamente por la transmisión oral y la memoria, ahora, paradójicamente, con más y mejores soportes de comunicación, –libros, televisión y medios informáticos– es un legado que se diluye en el magma despersonalizado de la aldea global.
Contraponer la cultura popular y la ilustrada, la cultura de transmisión oral y la libresca, es un error; el mismo que enfrentar al agricultor y al urbanita usando la palabra ´payés´ como un insulto, como sinónimo de torpe o de zopenco. Hoy, afortunadamente, aprendemos no pocas cosas del magisterio de nuestros mayores. Buenos ejemplos son la arquitectura y la artesanía de nuestras islas, pero también el arte de versificar que puede venir de quien no sabe de letras, pero demuestra sensibilidad y sabiduría. Siempre que asisto a una cantada payesa me pregunto cuándo y por qué tuvo alguien la ocurrencia o la necesidad de versificar. Una hipótesis podría ser ésta: la Naturaleza no era muda y el hombre que la oía interiorizó el jolgorio del mar y la tierra, la voz de los arroyos, de los meteoros, del agua en las orillas, de los pájaros, del viento y de los animales. La Naturaleza cantaba y el hombre imitó su zarabanda con la idea de propiciar su caza y sus cosechas. Sus cantos se diversificarían después en ritos, celebraciones y rezos. Alegres o tristes, sus canciones recordarían acontecimientos y gestas. O describirían, sin más, la vida que pasa. En un mundo todavía sin letras, la transmisión oral y la memoria permitirían preservar aquellos cantos que se incorporarían al poso cultural de cada pueblo. Dicho esto, no puede extrañarnos que las voces cultivo, culto y cultura compartan una misma raíz: la canción nació de la tierra, se afianzó en el culto y devino cultura. Y tuvo que pasar el tiempo, mucho tiempo, para que los versos encontraran soporte en piedras, tablillas de madera y de barro, papiros o papel.
Antes, por tanto, de llegar a los versos, cançons, xacotes, gloses, proverbis, romanços o codolades, conviene decir que todo pudo empezar con frases breves ligadas a la vida en el campo. Y la rima sería una buena ayuda para la memoria. Sería el caso de dichos como «pel juny, la falç al puny», «a l´abril, cada gota en val mil», «home casat, burro espatllat», etc. Y de los pareados se pasaría a las estrofas de 4 versos: «Cantarem sa cantarella / que tots junts hem practicada. / Acaba amb una ucarella / i comença com acaba». Versos así se oirían en fiestas familiares, en las matanzas o en la celebración de las cosechas. Y su contenido, según fuera la ocasión, sería descriptivo, irónico, mítico, religioso, erótico o escatológico. En cualquier caso, lo asombroso de este fenómeno de componer y decir versos al margen de la escritura es que todavía se practica y sigue vivo. Lo he comprobado en varias ocasiones y, como botón de muestra, recojo lo que me sucedió en una tienda de Vila a la que entré para comprarme calzado deportivo. Me probaba unas botas y hablábamos de usos y costumbres de la payesía cuando la dueña de la tienda comentó que hacía versos. No tardó en recitarme los que al día siguiente me repitió, grabé y recojo aquí. Los hizo, -me dijo- como expresión de gozo, dedicados a una pareja que se casaba. Su título era ´Joan i María´:
Esperant un bus a Palma,
una rosa vaig trobar.
Ella ho és de Santa Eulària,
d´un jardí polit que hi ha.
Per si mai li vols parlar,
de nom li diuen Maria.
Jo estic molt enamorat
d´aquesta rosa polida.
Avui ha sortit es sol
i brilla més que cap dia
perquè s´han casat es dos,
en Joan i na Maria.
Que guapo que està en Joan!
Que polida na Maria!
Pareixen dos angelets
que del cel Déu mos envia.
Déu els hi va posar ales
perquè poguessin volar,
i avui volen a ca seva,
de allà on se varen criar.
El dia porta alegria
I té molts de resplendors
com si et mires un jardí
amb flors de tots els colors.
Es jardí de Santa Eulària
està molt més trist que ahir
sa rosa que l´alegrava
en Joan la va coïr.
Avui la canvia de puesto,
la posa a un altra jardí
per cuidar de ses rosetes
que es dos sembraran allí.
No hi ha roser sense espines
ni roses sense colors,
ni cor amb uns sentiments
com avui teniu es dos.
Voldria que es sentiments
que avui teniu en es cos
que cada dia cresquessin
com fan ses bones llavors.
I en que us pasaran es anys
també per el vostre costat
heu de saber arribar a vells
sense res haver canviat:
Tu sigent rosa polida
i ell clavell enamorat.
Si m´acceptau un consell
no tindreu mai discussions:
Tu posa´t bé es vestit,
i ell que es posi bé es calçons.
No vull que ningú es pensi
que un vestit no té valor,
que si es porta ben posat,
val lo mateix que un calçó.
Cada qual a n´és seu puesto
i a viure quan més millor.
I aquí s´acaba sa rima
que em van demanar a jo.
Esper que us hagi agradat
Com m´agradat fer-la a jo.
De veritat us desitjo
felicitat a tots dos!
Herederos de los juglares medievales, nuestros glossadors son hombres o mujeres que tienen una gran facilidad para versificar y que para desarrollar su arte no necesitan la escritura. De espíritu atento, son buenos observadores, tienen una memoria prodigiosa, saben improvisar y, sobre todo, jugar con el lenguaje relacionando las palabras con un ritmo perfectamente interiorizado.
Sus versos nos descubren cómo concibe el pueblo todo lo que le rodea, el ser y el estar, la vida y la muerte, el trabajo y las relaciones, la vida diaria. Huérfanas las nuevas generaciones de la transmisión oral y la tradición, pienso que no nos conviene dar la espalda a este fascinante mundo de glosas i canciones, hilo conductor de una identidad que va camino de perderse.
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