Por Amàlia Sebastián, periodicodeibiza.es
La isla de sa Conillera y la imagen del faro que la corona es la icónica silueta que recorta los bellos atardeceres que se pueden contemplar desde la bahía de Sant Antoni y el paseo de ses Variades.
Sa Conillera, el mayor de los islotes de Ponent, es una de las más extensas que rodean las Pitiusas y tiene una longitud de unos dos kilómetros entre la punta des Cavall, situada en el extremo norte, y el cap Blanc en el sur. Es aquí, precisamente, donde se erige el faro de sa Conillera a 85 metros sobre el nivel del mar.
El proyecto de este faro fue realizado por el ingeniero Emili Pou y sus obras empezaron el 29 de mayo de 1855, de la mano de un contratista que poco más tarde levantaría también el faro de es Botafoc. En diciembre de ese mismo año los trabajos comenzaron con la construcción de un camino de unos 400 metros para poder llegar a la cima donde se erigiría la torre.
El faro, inaugurado el 19 de noviembre de 1857, disponía en sus inicios de una óptica catadióptrica, con una apariencia luminosa de eclipses y destellos prolongados de 60 en 60 segundos con un alcance de 20 millas.
El edificio de la parte inferior era, originalmente, de planta circular donde se instalaron las viviendas del torrero principal y de su ayudante pero, años después, en 1908 se construyeron dos pabellones a los lados para ampliar las casas de los fareros. También la iluminación del faro demostró ser escasa durante la Guerra de Cuba. En 1895, un buque de guerra italiano que navegaba por la zona se quejó de que los eclipses del faro de sa Conillera no se distinguían de manera adecuada. La primera fuente de iluminación del faro fue una lámpara moderadora de resorte que funcionaba con aceite de oliva como combustible y que, más tarde, se adaptó a parafina y, posteriormente, al petróleo.
La siguiente reforma se produjo en 1928 cuando se cambió el sistema óptico y se colocó un juego de lentes giratorias sobre un flotador de mercurio accionado por un sistema de relojería con contrapesos que proporcionaba una grupo de cuatro destellos blancos cada 20 segundos con un alcance de 30 millas, según relata el investigador ibicenco Pere Vilàs en la Enciclopèdia d’Eivissa i Formentera. El faro de sa Conillera comenzó a funcionar con un servicio de lancha compuesto por dos marineros que viajaban dos veces por semana al islote desde Sant Antoni para llevar víveres a los torreros y transportar al personal y a sus familias. En caso de urgencia, los torreros mandaban señales ópticas mediante el empleo de un espejo o la colocación de una bandera blanca para que los marineros salieran a socorrerles siempre que el tiempo lo permitiera.
En 1971, con la sustitución de la instalación óptico luminosa por otra de gas acetileno y la linterna, el faro quedó automatizado y la isla permaneció deshabitada para siempre.
FICHA
Latitud N: 38º 59,630’;
Longitud E: 001º 12,756’
Alcance nominal: 18 mn.
Altura sobre nivel del mar: 85 m.
Apariencia luminosa: Grupo de 4 destellos cada 20 segundos.
Apariencia diurna: Torre y casa blancas, 18 metros.
¿S A B Í A S Q U É . . . ?
El oficio de farero se reglamentó en 1851 y, además de hacer turnos de vigilancia continuos, defendían la torre con bayonetas
La profesión de farero se reglamentó en el año 1851, con la constitución de un cuerpo de torreros, dependiente de los Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. Los torreros se dividían en tres clases: principales, ordinarios y auxiliares. Una clasificación que diferenciaba al torrero principal del resto y que le erigía como jefe máximo del faro al que los demás debían respeto y obediencia, además de ser el único que podía mantener correspondencia escrita con los ingenieros.
Para entrar en el cuerpo de torreros era necesario haber cumplido los 25 años y no pasar de los 40 y tenían preferencia las personas que hubieran servido en el ejército. El reglamento obligaba a los torreros a vestir uniforme que debía ser costeado por los propios trabajadores. Los faros, considerados una especie de fortificación, no permitían el paso de nadie sin previa autorización del ingeniero jefe.
Además, se debían practicar turnos de vigilancia en las horas libres para que el faro nunca se quedara sin torrero de guardia. Para la defensa del faro se enviaron también una serie de fusiles con bayoneta para cada torrero.
Cortesía de Periódico de Ibiza
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